-Señora, pásenos la pelota por favor!!!señoraaaaaaaaaaaaaa…la pelotaaaaaa……
Era un día soleado de primavera, a Mónica le encantaban esos días. Empezaba a hacer calorcito, pero aún era un calor agradable, y no tan agobiante como el sol del verano. Acababa de terminar sus clases en la facultad, y caminaba tranquilamente por el parque destino a su casa, la cual compartía por aquel entonces con dos amigas. Estaba inmersa en sus pensamientos. Tenía hambre y estaba pensando en que podría merendar: doritos con cerveza… galletas con cerveza …cerveza….
- Señoraaaaaa la pelotaaaaaaaaaaaaaaaa………..
Siguió caminando tranquilamente cuando, de pronto, delante de sus narices, una pelota. En ese instante su cerebro empezó a procesar la información y a reaccionar. Miró lentamente hacia la derecha, después lentamente hacia la izquierda, y ya pensando en lo peor, miró hacia atrás para confirmar sus peores sospechas: allí no había ninguna señora!!!
Toda su vida pasó por delante muy lentamente, y en ese momento, cedió ante la realidad: ¡!!!la señora era ella!!!!
Señoraaaaaaaa…-seguían gritando aquellos niños ignorando el trauma emocional que le estaban causando a “la pobre señora”.
Tenía 23 años, y era la primera vez que la llamaban señora. Un día que ninguna mujer olvida.
Cogió la puñetera pelota, y la lanzó tan dignamente como pudo. Al día siguiente, llamó a la peluquería afro- fashion-alternativa más molona de la calle Fuencarral, y pidió hora. Salió de allí con unas rastras “maravillosas,” que no se quitó hasta un año después. En todo ese tiempo nadie volvió a llamarla señora, aunque la realidad fue que tampoco se comió un colín. Cosa que con el paso del tiempo Mónica entendía cada vez que miraba las fotos, estaba simplemente, horrible.
- Antes hippy fea, que señora guapa- pensaba resignada, pero orgullosa de que su objetivo se hubiese cumplido, por lo menos durante aquellos doce meses.
De aquel trauma ya habían pasado unos cuantos añitos, en los cuales había ido pasando por diversas etapas, con sus respectivos y diversos look y estilismos, y como no, con sus diversos y variopintos novios, muy a la par de sus looks; es decir, extraños y cada cual más feo e incongruente.
Después del año sabático, (sin novios pero con rastas) un día decidió que ya era hora de quitarse aquellas greñas de la cabeza. Bueno en realidad fue su hermana, que ya no aguantaba más la visión de aquella rastafari en proceso de convertirse en señora en la que se había convertido su hermanita pequeña, y una mañana de navidad, le dijo:
- Si vas a la peluquería y te quitas eso de la cabeza, yo te lo pago.
Tras un segundo de reflexión ella dijo:
- Vale!!!
Acto seguido bajaron a la peluquería más cercana, dónde les atendió un mariquita que a cada tijeretazo, soltaba algo parecido a un grito de asco y, una vez que la rasta había caído al suelo, le daba una patadita para alejarla de su lado como si aquellos pelos enredados y amorfos le fueran a contagiar alguna extraña y mortal enfermedad. Aquel peluquero, afeminado e histriónico, se dio un gustazo y, la rapó al 2.
La verdad que no le quedaba nada mal. Cualquier cosa era mejor que aquel look a lo “Rita Marley desteñida”
Así fue como pasó de ser una “universitaria hippy en proceso de señora”, a una “universitaria rapada en proceso de señora”. Como era de esperar, no pasó mucho tiempo hasta que se comió su primer colín. Después de aquel año reivindicando y proclamando a los cuatro vientos su juventud y lozanía, conoció a Marcos, que no tardó en encabezar el puesto número 1, en su ranking particular de retrasados emocionales.
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