¿PUEDE HABER ALGO PEOR que llegar a un aeropuerto y que no haya nadie recibiéndote? Lo único peor que eso es que las personas que van a recibirte sean unos completos desconocidos que te esperan ilusionados y felices con un cartel donde pone tu nombre y apellidos.
Después de pasar un año entero en Oviedo cursando mi primer año de carrera sin ningún gran contratiempo (o eso por lo menos pensaba yo) regresé a mi hogar para encontrarme con que mis queridos padres habían decidido separarse, y que el motivo era nada más y nada menos que una escultural brasileña que me sacaba dos añitos, 20 centímetros de estatura y otros 20 de talla de sujetador. Lo más sorprendente de todo era que mi madre no parecía afectada lo más mínimo. Parecía incluso liberada y con un brillo nuevo en la mirada que no sabía cómo explicar.
De repente, me vi sentada en el sillón de mi casa en medio de mis dos progenitores. Me sentía como si tuviera 11 años:
- B, queremos que sepas que tus padres te quieren y, tras mucho pensarlo, hemos decidido separarnos………
Lo siguiente que recuerdo con claridad es que estaba haciendo las maletas y metiendo mi precioso culo en un avión con destino Chile.
- Nos parece buena idea que este verano lo vayas a pasar con tus tíos y primos de Chile.
- ¡¿Perdón?!
Tengo 20 años y apenas me habían hablado de “mis tíos y primos de Chile”.
Alguna Navidad, papá entre copa y copa, había comentado vagamente y con muy mala vocalización, que su familia seguía en Chile y que, por circunstancias ajenas a él, le habían traído a España cuando tenía 9 años. Desde entonces, nunca más había sabido de ellos si no por un par de llamadas de rigor ¡a lo largo de 50 años! Y ahora, de repente, les parecía la mejor idea del mundo mandarme al otro lado del planeta solo porque ellos habían decidido volver a la adolescencia y no querían que yo pudiera verlo. Eso sí, siempre por mi bienestar y estabilidad psicológica.
Sí, ya sé que tengo 20 años y que podía negarme, pero por desgracia o por fortuna, la niña (o sea yo) seguía dependiendo de la fortuna de “papi” para casi todo. Así que tenía dos opciones: o me iba a Chile con “mis tíos y primos” o me pasaba el verano currando en algún Mc Donald´s viendo como mis amigos salían y se divertían mientras yo trabajaba para ganarme el dinero justo que me costaría la peluquería para poder sacarme la grasa del pelo y el olor a fritanga y, con un poco de suerte, me sobraría algo para invitar a algún pretendiente a una Mc Pollo… tamaño grande, ¡eso sí!
Así que sin casi darme cuenta estaba en un lujoso avión destino Santiago de Chile. No me podía creer que mi señor padre se hubiera liado con una chica que solo me llevaba dos años, además de los 20 cm respectivos de sujetador.
¿Qué se supone que debemos hacer? ¿Llevarnos bien e irnos de compras? ¿Pedirle consejos sobre hombres? -Oye Rita que me gusta un chico de mi facultad y no sé cómo llamar su atención, ¿tú qué harías?- Es evidente, ¿no? ¡Aprovechar al máximo esos 20 cm de más que Dios le ha dado! Aunque pensándolo bien, a lo mejor mi padre se ha enamorado de verdad y la chica es un….una…..eeee… ¿ésta?
Nunca se me olvidará la sensación de mirar a escondidas entre las cristaleras del aeropuerto para ver cómo eran las caras de “mis tíos y primos de Chile”.
Lo que más me sorprendió fue que no había nadie con un cartel donde se leyera claramente mi nombre, ni tampoco nada parecido a unos tíos rollizos y sonrientes.
Esperé mis maletas y salí. No había nadie. Me senté en un banco, saqué mi CUORE y cuando me disponía a disfrutar viendo un rato celulitis ajena, vi aparecer a un chico alto, moreno, de complexión atlética y sonrisa perfecta de perlas blancas. Pensé que, a lo mejor, aquello no estaba tan mal como había imaginado en un principio.
De repente, se acerca hacia mí. Mi corazón se acelera y cuando ya sólo estaba a unos metros, extiende los brazos y sin saber muy bien de donde, una chica igualmente alta, morena, de complexión atlética y sonrisa perfecta de perlas blancas se lanza hacia sus musculosos y bronceados brazos y… de repente… ¡aparecen! Allí estaban mis rollizos y sonrientes tíos chilenos con cartelito incluido. No había duda, eran ellos. Desde allí podía leer claramente Elisabeth Del Prado. Tengo que reconocer que la ilusión que reflejaban sus caras me conmovió.
Por cierto, mi nombre es Elisabeth, pero que yo recuerde nadie me ha llamada así nunca. Desde pequeña todo el mundo me llama “B” y no tengo ni la más remota idea del porqué y, por supuesto, mis padres tampoco.
Una vez que se me pasó la emoción del moreno, lo siguiente que me llamó muchísimo la atención fue el gran parecido que tenía ese hombre con mi padre. Aunque nunca nos hubiéramos visto y nos separaran miles de kilómetros, la realidad no dejaba de ser que eran hermanos de sangre. De eso no había duda.
Era una sensación muy extraña: eran como dos gotas de agua pero “Made in Chile” en versión regordeta, sin carillas en los dientes, sin horas de personal trainer y sin ese bronceado a lo Julito Iglesias. Y lo más llamativo de todo es que esta versión mucho menos tuneada era muchísimo más agradable para la vista del espectador.
Cuando por fin me pude centrar en la señora, vi alarmada que ésta también me sacaba solamente un par de años.
- ¡Ay Dios mío! A ver si esto va a ser genética familiar y a todos los hombres de esta familia les gustan las jovencitas.
Por lo menos esta versión de la fémina no tenía la correspondiente 90-60-90 y hasta parecía agradable.
Acto seguido, recuerdo cómo me estaban llamando por mi nombre. Una vez comprobaron que efectivamente era yo, la rechoncha versión de mi padre se lanzó a mis brazos como si me conociera de toda la vida. La alegría que demostraba era tal que me dejó aturdida unos segundos. La señora (amante o lo que fuera aquello) se limitaba a observar la escena con una tímida sonrisa en los labios. Cuando por fin mi tío se contuvo y logró soltarme, me presentó:
- Esta es tu prima Paula”. ¡Ufffffffff!
Tengo que reconocer que respiré aliviada. Por lo menos en esta parte del planeta la genética masculina estaba controlada, o por lo menos eso parecía.
Todo había ocurrido muy deprisa. Después de un curso académico con unos resultados bastantes brillantes, decidí volver a mi casa y pasar un verano más. Nunca hubiera imaginado que mis queridos padres se pudieran plantear la opción de separarse. La verdad que nunca los había visto como una pareja con todas sus consecuencias, simplemente eran Mamá y Papá. Ahí estaban con sus rutinas: mi padre jubilado hace años, dedicado a su golf, sus viajes, sus comidas de empresa… pero ahora que lo pienso ¿qué comidas de empresa si estaba jubilado? En fin...
Mi madre, por su lado, siempre fue una mujer bella, culta y con carrera, la cual no ejerció nunca por seguir los pasos de mi padre. Siempre había pensado que era feliz con sus clases de Yoga los lunes, miércoles y viernes; y las de Pilates martes, jueves y sábados, sus Gin Tonics en la terraza y sus “viajes” a la peluquería. Creo que nunca me había parado a pensar en ellos como individuos que sienten. De repente ante la perspectiva de tener unos padres totalmente desconocidos para mí, empecé a sentirme un poco mareada ¿Quién eran mis padres? ¿Me había parado a conocerlos alguna vez? ¿O había sido culpa de ellos que me mantuvieran tan al margen de sus vidas? Fuera por lo que fuera, la realidad era que después de tantos años había terminado conviviendo con completos desconocidos ¿Qué sabia yo de sus miedos, de sus sueños, de sus metas? No sabía nada. Lo único real era que me encontraba en Chile a punto de pasar un verano con personas completamente desconocidas para mí.
2
El ser hija única siempre ha sido positivo en muchos aspectos, pero muy negativo en otros. Me he sentido sola muchas veces, aunque siempre me han intentado compensar con cosas materiales. Si me sentía sola me compraban muñecas, si una cena se alargaba hasta las tantas de la madrugada sin tener más niños con los que jugar, me compensaban al día siguiente con muchas horas de juego… con la niñera. Si teníamos la final de atletismo más importante de la temporada, pero mi padre no podía venir porque un torneo de golf municipal se lo impedía, al finalizar y haberme llevado todas las medallas posibles, me llevaban de compras… con la niñera.
Y así crecí entre regalos, ropa y todo tipo de premios de consolación. Pero lo más llamativo de todo es que hasta que no pasan los años y empiezas a crecer, no eres consciente de lo que pasa.
El segundo de los problemas es que cuando empiezas a crecer y a darte cuenta de las cosas, estás en plena adolescencia y el que tus padres pasen de ti y te compensen con regalos, es lo mejor que puede pasarte. O por lo menos, eso es lo que piensas en ese momento.
Así que en un principio crecí dentro de un entorno “normal”, de una urbanización “normal” de las afueras de Madrid (La Moraleja); padres ausentes que compensan a sus familias con bonitos, caros e inútiles regalos; madres neuróticas y frustradas que para compensar el vacío emocional que dejan sus maridos se dedican a mantenerse guapas y jóvenes, con la ingenua esperanza de que sus maridos las vuelvan a mirar alguna vez como las mujeres que fueron y, aunque ellas no lo saben, todavía son, e hijos perdidos que con un poco de suerte toparán con personas normales (seguramente alguna niñera o algunos tíos rollizos de clase media trabajadora) y les enseñaran los verdaderos valores de la vida. Los que no tengan tanta suerte acabarán repitiendo el mismo patrón que sus padres y, en el peor o mejor de los casos, acabarán con una adicción enorme a algún tipo de sustancia psicotrópica muy cara.
Ese fue mi caso. ¡El de las adicciones caras no!, sino el de conocer gente buena que me enseñara los verdaderos valores de la vida. Siempre me pregunto que hubiera sido de mi vida si ese verano no hubiera ido hasta Chile y me hubieran enseñado lo que es una familia basada en unos pilares tan importantes como el cariño, la comunicación, la ternura, la comprensión y el verdadero amor entre unos padres que al mirarse forman una conexión tan única y especial que sientes que estás delante del amor duradero y real.
Mi rollizo tío se llama Simón y su pequeña mujer Adela. Resultó que a mi tío no le atraían tanto las brasileñas pechugonas como a mi querido padre. Su señora era muy menudita, y seguro que de joven había sido bonita, pero ya no conservaba nada de la belleza pasada, lo que si posee es una calidez que pocas bellezas pueden igualar.
Tanto mi tío como mi padre fueron hombres muy atractivos, pero el paso de los años había hecho de mi tío un hombre regordete y calvo, al igual que hubiera hecho con mi padre si no hubiera invertido miles de euros y horas en tratamientos de estética, dentistas y entrenadores personales.
Mis tíos llevaban juntos desde la adolescencia y no se habían separado desde entonces. Tuvieron dos hijos, Paula y Cristian. Mi prima licenciada en ingeniería comercial y con tres idiomas, trabaja en el supermercado del pueblo porque el país está pasando por una época muy mala. Así que trabaja para ayudar en casa y, mientras se saca su segunda carrera, espera pacientemente y con optimismo a que llegue un trabajo adecuado a su formación.
Más tarde descubrí que esta situación entre los jóvenes del país era bastante común. Lo que más me llamó la atención fue que nunca se quejaban y siempre tenían palabras de ánimo y esperanza. Parecían adaptarse a las circunstancias con una filosofía totalmente nueva para mí. Yo vengo de La Moraleja, donde los niños tienen porsches y se codean con estrellas de cine o del deporte por los restaurants o clubs de la urbanización. Donde la máxima preocupación cuando tenemos 20 años es salir a tal o cual discoteca y el máximo horror que nos salga un grano el fin de semana en que Borja José nos va a llevar a pasear en su lancha nueva. Así que todo este aire nuevo era muy estimulante para mí.
A mi primo Cristian no lo conocí hasta unos meses después, ya que vivía en Bolivia por asuntos de trabajo. Pese a su juventud es una persona muy culta e involucrada con la justicia social. Dedica gran parte de su vida a luchar por las injusticias y a ayudar a las personas. Me di cuenta con tristeza de que nunca antes había conocido a nadie así y eso me dio mucho en lo que pensar.
Tan positiva fue la experiencia que me quedé a vivir en Chile. Mis padres metidos en sus propios problemas no pusieron grandes pegas. Es más, hasta diría que les vino bien. Además, mi padre ingresaba una generosa mensualidad a mis tíos por mi estancia allí, lo que hizo que su nivel de vida mejorara un poco y mi prima pudiera dedicarse por completo a su segunda carrera y así poder dejar de lado el trabajo en el supermercado.
Tuvieron que pasar 11 meses para que regresara a Madrid. Había mantenido el contacto con mis amigas de siempre. Me limitaba a enviar algunos emails contándoles mi vida en Chile y ellas se limitaban a contarme los últimos chismes que, aunque me hacían reír mucho, sentía que la mayoría de ellos ya nada tenían que ver conmigo.
Ahora era a Madrid donde iría para veranear. Desde la separación de mis padres no había regresado y, aunque no me apetecía mucho la idea de un verano caluroso en la capital de España, ya no tenía más excusas para no ir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario