5
A la mañana siguiente bajé a desayunar. Mi madre estaba esperándome en la mesa, perfectamente maquillada y con su ropa de marca para hacer yoga. La encontraba muy risueña. No me daba la sensación de que echara de menos a mi padre.
-¿Que vas a hacer hoy, hija?
-Voy a ir a comer con papá por el centro.
-¡Ah, qué bien! Dale recuerdos. La última vez lo encontré muy desmejorado. Por cierto, que guapo el amigo de Sandra. Parece que con la edad esa chica va entrando en razones. Y tú podrías aprovechar y hacer una vista por Llongueras, que no le vendría nada mal a ese pelo tuyo.
Cuando me disponía a explicarle que no me pensaba gastar 200 euros en “arreglarme” el pelo, me di cuenta de que ya no me escuchaba. Mi madre tenía una capacidad para desconectar increíble. Te podía preguntar cómo estabas con una intensidad enorme (como si fuera lo que más le interesaba del mundo) y, después de contestarle que te acababa de violar un ejército de bolcheviques y luego cortado un pecho con un machete, ella decía a continuación: -¡oh, genial!
Esa es mi madre. Si buscas la palabra superficial en el diccionario, sale su foto. Eso sí, en perfectas condiciones de maquillaje y peluquería.
Me preparaba ya para afrontar un largo y caluroso día cuando sonó el teléfono. Hacía tiempo que me había informado de unas actividades para el verano que organizaba la Universidad Pontificia de Comillas. Ya me había olvidado completamente de ellas. Para mi sorpresa, me habían seleccionado. El problema es que ya casi no me acordaba de lo que se trataba. Así que les dije que por la tarde llamaría en horario de oficina y les daría una respuesta. Como ya llegaba tarde a la cita con mi padre, pensé que después me informaría bien de ese asunto y tomaría una decisión, aunque la verdad que lo único que me apetecía era volver a Chile donde era invierno y por lo menos no tendría que aguantar 40 grados a la sombra.
Cuando llegué al apartamento de mi padre, me quedé sorprendida por lo bonito que era. Pero sobre todo me llamó la atención que no hubiera rastro alguno de mujer pechugona por el apartamento. Me pareció un poco brusco preguntarle tan directamente pero no pude aguantar las ganas (soy una chica curiosa) y se lo pregunté:
- Papa, ¿dónde está Mita?
- ¿Te refieres a Rita? Eso no funcionó. No estuvimos juntos ni un mes después de que te fueras a Chile.
- ¿Y por qué nadie me ha dicho nada?- ¡No me lo podía creer! Mis padres tienen una capacidad increíble para hacerme sentir como un piojo pegado en esta familia.
- No sé… no me preguntaste.
Estaba claro que éste iba a ser el verano de las sorpresas. Tras mi primera reacción de enfado, me fui dando cuenta de lo que aquello significaba: no existía ninguna brasileña pechugona que se acostaba con mi padre, así que supuse que eso eran buenas noticias al fin y al cabo.
Una vez en el restaurante y ya más tranquilos, me di cuenta de que había envejecido mucho durante este año.
-¿Va todo bien, papá?
-Sí cariño, ¿por qué lo dices?
-No, por nada. Por saber si todo va bien simplemente. Te noto un poco apagado.
-Es este calor agobiante que me tiene loco. No hay quien lo aguante.
Para mi sorpresa estuvimos toda la comida hablando distendidamente. Me preguntó por su hermano y por la familia de Chile. A ratos lo encontraba nostálgico, pero no me atreví a preguntarle por qué nunca había ido a visitarlos (soy curiosa pero también sé cuando no son mis asuntos). Es un hombre con dinero, así que eso no era un impedimento. No entendía cómo hermanos de sangre, separados de pequeños, no habían vuelto a encontrarse después de 50 años y más, cuando uno de ellos se pasaba la vida viajando por medio mundo (menos, curiosamente, por la parte del mundo donde vivía su familia).
Nos despedimos y quedamos para otro día. Ahora que ya no vivíamos en la misma casa, parecía que teníamos más ganas de vernos. Me fui con la sensación de que mi padre no era feliz.
Nada que ver con la alegre señora que encontré al llegar a casa. Estaba acompañada por alguien y supuse que sería alguna de sus amigas. Pero cuando me decidía a entrar para saludarlas, oí la voz de un hombre. Ambos hablaban bajito y se reían de algo.
-Buenas tardes- dije algo cortada.
-Hola cariño ¡ya estás aquí! Te estábamos esperando. Este caballero es el Señor Ramos.
- Buenas tardes, Sr. Ramos. Mucho gusto.
- Por favor, llámame Claudio- dijo enseñando una sonrisa llena de dientes perfectos.
-¿Te apetece tomar una copa, cariño?
- No, gracias- dije un poco aturdida. - ¡Pero si son las 5 de la tarde! ¿Una copa? ¿Desde cuándo bebo yo copas con mi madre a estas horas? Rectifico: ¿desde cuándo bebo yo copas con mi madre? Esta mujer cada día me sorprende más.
En cuanto pude, me escaqueé. No podía dejar de pensar en lo que estaba pasando allí. ¿Señor Ramos? Habría jurado que allí había coqueteo ¡Lo que me faltaba!
A la hora de cenar pude comprobar que el “invitado” ya se había marchado y que mi madre estaba más simpática que de costumbre. Notaba que me quería decir algo y que no se atrevía.
-Está bien mama ¿Qué es lo que ocurre?- dije, ya cansada de verla disimular.
-No ocurre nada, cariño ¿por qué lo dices?
-No has dejado de mordisquear el tenedor en toda la cena. Sé que me quieres decir algo ¡Suéltalo ya!
-Niña ¡esos modales! Bueno… la realidad es que sí… que te quiero comentar algo. Es respecto al Sr. Ramos.
Oh Dios… ¡lo sabia!
-Pues bueno, hace tiempo que nos conocemos y la razón por la que te lo quería presentar es porque… bueno… estamos saliendo.
No podía aguantar más sorpresas. En unas pocas horas me había enterado de que Sandra venia con remolque, de que mi padre volvía a ser un soltero de oro, y de que mi madre salía con el doble de Bertín Osborne. Pero, ¿es que el mundo se había vuelto loco de repente?