lunes, 29 de octubre de 2012

¿ Te suena de algo esta historia????

‎1. Al poquísimo tiempo de conoceros, él ya te dijo que te quería.
(Cuento esta historia con un “él”… pero pudo haber sido una “ella”. Si fue una ella, lee la historia pensando en ella) 

Todo fue muy rápido. 

2. Eras el amor de su vida, según él, y nunca se había sentido así.

3. Era tu media naranja perfecta. Si a ti te gustaba cualquier músico ( Amaral, Rosendo, Athom Rumba, lo mismo da), él compraba entradas para el concierto; leyeras lo que leyeras ( fuera Faulkner o Isabel Allende), él lo leía también; si te gustaba la arquitectura singular, la física cuántica, la cría de perros, las carreras de coches… a él también.

Porque por raros que fueran tus hobbies o tus aficiones, él los compartía.

4. Era tu acompañante más leal ¿ Tenías que ir al Rastro ( o a Los Encantes) en busca de revistas antiguas? Iba contigo. ¿No sabías cómo se cambiaba la domiciliación de los pagos de la luz? El lo hacía por ti. ¿Tenías que recoger tu vestido en una modista en el extrarradio? El lo recogía. Te llevaba al trabajo en coche, y te recogía, te traía y te llevaba, te hacía los recados… 

El caballero de brillante armadura, tu más leal servidor, tu mejor amigo.

5. Te llamaba o te enviaba sms al menos cuatro veces al día. Por la mañana, al mediodía, por la tarde y por la noche. Al menos. El contacto diario era tan frecuente que si un día dejaba de llamarte, te sentías mal.

6. El sexo era increíble. Fuegos artificiales. Era el amante perfecto, y estaba siempre a tu disposición.

7. Todo su tiempo libre parecía dedicado a ti… Parecía. El estaba a todas horas contigo pero aún así, sentías que algo se escapaba. Había una parte de su vida a la que no podías acceder de ninguna manera. Unos amigos con los que te enfrentaba para que no pudieras hablar con ellos. Un viejo amigo del alma o una ex con la que mantenía una relación muy estrecha pero del que tú quedabas aislada. Sí… todos tenemos parcelas privadas. Pero esta, privadísima, llamaba más la atención al tratarse de alguien que, por el contrario, quería tener acceso a toda tu vida.

8. Su padre era autoritario, hipercrítico, hiperexigente. En algunos casos, maltratador. En otros, ausente o patológicamente infiel. En cualquier caso, nunca había tenido una relación sana con él. 

9. Con su madre mantenía una relación ambivalente. La madre era pesada y victimista. Ël la quería mucho pero no la aguantaba.

10. Dormía poco. Tenía problemas de sueño. 

11. Era hiperactivo. Nunca le viste tumbado en un sillón y mirando al techo. Tenía que estar haciendo algo: Enganchado a su ordenador, a su tele o a su consola, saliendo con amigos, bebiendo, en la calle, en el cine, en el tatro, en el bar, en la oficina, revisando correo, entrenando triatlón, jugando con su perro, lo que fuera…

Pero jamás a solas consigo mismo. 

12. No hacía nada que requiriese concentración o silencio. No pintaba, no hacía bricolaje, ni jardinería, ni escribía, ni hacía crucigramas, ni metía barcos en botellas, ni meditaba, ni hacía yoga. Repito: Ninguna actividad que requiriera concentración o silencio. Que requiriera, sobre todo, estar a solas consigo mismo y trabajando con su propio interior. Incluso, si era estudiante, prefería estudiar con amigos, o contigo.

13. Se le olvidaban las cosas. Se le olvidaban a menudo cosas que había dicho o hecho. No, no era despistado. No olvidaba las llaves, o la cartera. Ni los nombres de la gente, ni la dirección de un restaurante. Olvidaba conversaciones y hechos muy concretos. Tú recordabas una conversación y él recordaba una completamente diferente. Con el tiempo, empezaste a dudar de tu propio criterio.

14. Si se enfadaba, se encastillaba en un mutismo hostil. Podía dejar de hablarte durante horas, a veces días.

15. En público era el hombre más correcto, educado y amable del mundo. Sus amigos le adoraban. 

Todo iba bien y tú eras muy feliz hasta que…

Os fuisteis a vivir juntos. U os casasteis. O tuvisteis un hijo…

O cualquier otra circunstancia que implicara un cambio en vuestra relación y mayor responsabilidad por su parte. 

Y entonces todo cambió.

De repente se volvió frío, tiránico, hipercrítico. Tenía ataques de rabia desproporcionados, fuera fría o caliente. Si era de los rabiosos calientes, gritaba como un poseso. Si era de los fríos, dejaba de hablarte y de registrar siquiera tu existencia. Nunca sabías cuándo iba a enfadarse, cualquier comentario o acto podía dispararle.

Pero no era siempre así.

16. Alternaba momentos de encanto radiante en los que era el hombre más amable, ingenioso, dulce y encantador del mundo con los momentos en que se convertía en un hombre insoportable, al que tenías miedo. Tú seguías con él porque pensabas que era una fase, que tenía mucho trabajo, que estaba deprimido…

17. A veces pensabas que era por tu culpa. Que él había cambiado porque no estabas a la altura.

Esperabas que regresara el hombre encantador que conociste.

18. Y entonces tú empezaste a enfermar. Te costaba conciliar el sueño; sufrías muchísima ansiedad; estabas irritable y saltabas por cualquier cosa; estabas siempre cansada, y llorabas a la mínima (en las películas, viendo el telediario, hablando con una amiga…); no te apetecía salir ni ver a nadie; empezaste a beber más de lo normal, o a consumir drogas; dejaste de comer o empezaste a comer en exceso; tenías pesadillas, y sufrías respuestas exageradas de sobresalto ante estímulos que no eran en realidad tan intimidatorios como tú pensabas ( te pegabas el susto del siglo, por ejemplo, si te cruzabas con un desconocido en un portal oscuro), empezaste a desarrollar fobias raras (te daba miedo el metro, o las alturas,o los espacios cerrados, o las arañas, o los pájaros, o la oscuridad, o quedarte sola en casa…), y al final, somatizabas: tenías alergias, o ataques de asma, o sospechosas gripes que te duraban una semana.

19. Si fuiste al psicólogo puede que te diagnosticaran con alguna de las siguientes etiquetas: Trastorno de personalidad por dependencia. Fobia social. Trastorno adaptativo mixto. Síndrome de estrés postraumático. Depresión, ansiedad. Si tuviste mala suerte, te medicaron. Con lo cual agudizaron tu problema porque te volviste doblemente dependiente: ahora también dependías del Lexatin, o del Seroxat, o de la Sertralina, o de lo que fuera.

Pero quizá tuviste suerte y le dejaste, o te dejó, antes de que empezaras a dudar de tu propia cordura y, por lo tanto, no hizo falta psicólogo.

Quizá ya saliste. Quizá nunca saliste.

Si has vivido esta historia, fuera con un El o con una Ella, o alguna que se parece en muchos puntos, por favor, cuéntamelo. He listado 19 puntos, dime en cuántos coincide tu historia. Gracias.
BY. L. ETXEBERRIA

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