lunes, 29 de julio de 2013

¿ PUEDE HABER ALGO PEOR? CAPÍTULO 3.

                                               3

Sentía una mezcla de ilusión y desgana ante la idea de volver a casa. Por un lado, no había vuelto a pisar la casa familiar desde que mi padre se fue a vivir a un piso “pequeño pero elegante” (según las palabras textuales de mi madre) de plaza Castilla. Mi madre por “no separarse mucho de sus clases de gimnasia” (palabras textuales de  mi padre) se había quedado con el chalet de La Moraleja. En un principio me preguntaba cómo sería la casa sin la presencia de mi padre, pero después me di  cuenta de que sería exactamente igual. Él nunca estaba antes en casa así que no se notaría una gran diferencia.
Nada más aterrizar y encender el teléfono sonó un mensaje. Era mi madre que alegremente me avisaba de que Carlos iría a por mí al aeropuerto. No me sorprendió lo más mínimo. Muy típico en ella. Después de 11 meses sin ver a su hija tiene que enviar a Carlos a recogerme. Tampoco me sorprendió sentir más alegría por la idea de ver al amable Carlos que a mi propia madre. Carlos lleva trabajando en nuestra familia desde que tengo uso de razón. Se encarga del mantenimiento de los jardines, de las instalaciones, de lavar los coches, los perros, los gatos, las flores, las sillas, las mesas, los gatos otra vez, los lagartos que cazan los gatos, de coger la correspondencia, de mandar la correspondencia, de recoger a los invitados en el aeropuerto, de volverlos a llevar y de todas las funciones que pudieran surgir. Con los años había pasado a ser parte de la familia (por lo menos para mí) y me hacía ilusión que me recibiera él.
Me esperaba con un gran sonrisa y un educado- ¿cómo esta señorita? Le correspondí con un gran abrazo y nos fuimos para la Moraleja: ese lugar que durante tantos años me había visto crecer y que ahora se presentaba ante mí de una manera tan extraña.
Mi madre nos esperaba en la puerta. Parecía todo parte de un decorado. Ella, impecable de arriba abajo, ni un pelo fuera de lugar, perfectamente vestida y maquillada. Tengo que reconocer que es de una gran belleza, aunque, para mi gusto, muy recargada siempre de maquillaje, joyas y peinados imposibles. Algunas mañanas me la cruzaba por los pasillos  recién levantada y me parecía de una belleza sublime, aunque la verdad es que eran muy pocas las veces  que  ocurría porque ella nunca se dejaba ver “sin arreglar”.
Lo primero que me dijo fue:
- Pero hija… ¿no comes bien allí? Mira que pintas traes.
Tras unos minutos de forzada y superficial conversación, me retiré con la excusa de estar cansada por el viaje.
No tenía por qué afectarme, pero la realidad era que me afectaba y mucho. Era mi madre y el hecho de que no nos conociéramos a penas me provocaba mucho dolor. Tenía tantas cosas que podía contarle de mi estancia en Chile, tantas cosas que preguntarle: si era feliz sin papá, si le gustaba su vida, si me había echado de menos. Llegué a la conclusión de que, seguramente, lo menos doloroso para todos era seguir fingiendo que todo estaba bien y no llegar a saber nunca las respuestas a todas esas preguntas.
 Decidí que no me iba a arruinar la llegada a Madrid y, acto seguido, me puse en contacto con Sandra. Sandra es mi mejor amiga desde hace mucho tiempo. No es de la misma urbanización pero nos conocimos en el colegio. Su madre era miembro del equipo de limpieza y por eso le correspondía una plaza. Era el colegio mas pijo de la cuidad. Siempre supe que era diferente al resto de las compañeras.  Sandra tenía algo salvaje y natural que me atrajo desde el primer momento. Llegó unos días después del comienzo de las clases e interrumpió una lección de música:- Hola niñas, esta es la nueva compañera, Sandra.
No podía dejar de mirar su revoltoso pelo rubio, pero no un pelo rubio liso y brillante como el de las demás niñas: el pelo de ella era grueso, de un rubio quemado por el sol y ondulado. Tenía una cara preciosa, con unos ojos grandes y amarillos que siempre tenía muy abiertos para no perderse nada de lo que pasaba a su alrededor. Con el tiempo descubrí que sería una de las chicas más inteligentes que conocería nunca. Su bonita cara quedaba descompensada con su cuerpo. Era muy tosca y masculina en sus gestos. Le encantaban todos los deportes: Desde el fútbol hasta la petanca. Pronto nos hicimos grandes amigas, para el disgusto de mi señora madre.
Mi amistad con Sandra es una de las pocas cosas que les he impuesto a mis padres. Tuve claro que esa niña iba a ser mi amiga, les gustase o no. Tras muchos intentos de separarnos y hacernos la vida imposible, mi madre cedió ante la realidad y resignada aceptó nuestra amistad.

Creo que con el tiempo mi madre ha aprendido a entenderla y, aunque nunca lo ha confesado, sé que le tiene  cariño.
A pesar de haber crecido juntas, somos muy diferentes. Sandra era totalmente impulsiva, desorganizada y dejaba todo para el último momento. Recuerdo cómo en verano iba sin depilar a la piscina cuando todos los chicos de la urbanización estaban allí:
-No me ha dado tiempo de depilarme, ¿Qué quieres, qué deje de venir a darme un baño porque estos me pueden ver los pelos? ¿Y ellos? ¡Mira que pelos llevan!  Y se quedaba tan tranquila tomando el sol.
 Lo que más impactaba en ella era la seguridad en sí misma. Con sus pelos y todo, se llevaba a los chicos de calle. Siempre le gustó tratarlos como clínex. Los usaba y cuando se aburría de ellos, los tiraba. Sandra siempre me eclipsó en lo referente a los chicos. Yo nunca tuve mucho éxito con ellos. Entre mi gran timidez y su gran carisma no tenía nada que hacer, pero a mí siempre me dio igual porque  con sus historias me reía tanto que disfrutaba mucho más que con las citas reales.
De los motivos por los que por fin me decidí a volver a Madrid ese verano, el de reencontrarme con Sandra era el que más peso tenía.  Al cumplir los 17 años Sandra se fue a vivir con su padre a Brasil y nos separamos. Creo que nunca había estado tan triste. La echaba muchísimo de menos y ninguna amiga se le parecía en lo más mínimo. Todas me parecían aburridas y superficiales, todo el día hablando de ropa y de chicos. Estaba totalmente fuera de lugar hasta que me aceptaron en la Universidad de Oviedo y pude respirar tranquila una temporada lejos de La Moraleja y sus “moralejos”.
Y de repente, una llamada diciéndome que pasaría todo el verano en Madrid. Así que era el momento perfecto de regresar. Hacía ya cuatro años que no nos veíamos y lo estaba deseando. En todo este tiempo me había tenido informada de sus andanzas por Brasil.
 Sandra es una  chica sexualmente muy abierta. No he conocido nunca a nadie igual. Me di cuenta de que aún quedaban unas horas hasta que  pasara a recogerme, así que encendí mi ordenador y busqué aquellos locos emailes que tanto me hacían reír. La verdad es que hacía ya bastante tiempo que había dejado de escribirme porque decía que ya casi no tenía tiempo y, la verdad, es  que era una pena porque aparte de hacerme reír mucho, era una manera de sentirla más cerca de mí.
No tardé en encontrarlos así que me puse a leer uno de los primeros emailes que me envío cuando  iba solo  a Brasil por vacaciones.
SANDROTA IN BRASILIAN.
Matando los virus
¿Te acuerdas cuando te conté que estaba enfermita? Bueno, pues pase un día de mierda, todo el día metida en casa con una fiebre de mil demonios y con unos mimos.... Me quedé en casa limpiando, con la esperanza de que alguno de mis “cutreligues” apareciese para cuidarme, pero nada. Ahí no apareció ni Dios. Me entró un bajoncillo de esos típicos de la gripe. Por la tarde  me empecé a encontrar mejor y decidí meterme al agua a ver si así se me pasaba un poco el bajoncillo. Había unas olas súper buenas y cogí un par de ellas, cosa que me alegro un poco el día. Dentro del agua me encontré con mi primer “cutreligue” (el que la  tenía pequeña). Dentro del agua estuvimos hablando y de buen rollito. Al salir del agua el chico me invitó a cenar y pensé que me vendría bien para despejarme.  Me fui a casa y me puse guapetona. Bajé a la plaza del pueblo a tomar un par de cervezas con mi amiga y a esperar al “cutreligue” number one (voy a empezar a enumerarlos para no hacernos un lío) En la plaza del pueblo me encontré con el number two. Me preguntó:
- ¿Qué tal, ya te encuentras mejor?- Y yo pensé: -ah muy bien, muy bonito. Así que sabía que estaba enferma en casa y no es capaz de hacer una visita? ¡Capullo!
Y yo contesté:
- Sí, ya me encuentro mejor. He bajado a tomar unas cervezas a ver si así mató los virus con el alcohol.
Llegó el “cutreligue” number one y nos fuimos a cenar. Después, dimos una vuelta por la playa a la luz de la luna, con todo el cielo estrellado y ahí el tío aprovechó para  meterme el morro. Pero le hice una cobra de las mías. Que soy débil, pero lo del micropene  no se me olvida.
 Y nada, le dije que mejor nos quedásemos como amigos. Después volvimos para la plaza del pueblo y pillamos un litro. La cosa se empezó animar y la plaza se empezó a llenar de peña guapa. Me fui al súper a pillar otro litro. Entonces, en el supermercado a la salida, había un grupito de tíos que me dijeron: bonita camiseta. Y empecé a hablar con ellos. Me senté y comencé a beberme el litro. Uno de ellos hablaba español con acento argentino. Era gracioso. Otro de ellos era de Natal y tenía un cuerpazo.... y una cara en plan tipo Clark Kent, pero un poco hortera vistiendo, en plan a lo “chulo puta”. Cuando me quise dar cuenta pensé:
¡Ostias! pero si tengo al “cutreligue” number one esperando en la plaza y, a lo que volví a por él, me encontré con el despechado “cutreligue” number three (con ese que no sé si te acuerdas que te conté que no me hablaba). Ahí lo paré y le dije:
- ¿Tú qué pasa, que no saludas o qué? Y ahí el tío aflojó su orgullo de machito y me dio dos besos. Empezamos a hablar y me quedé con él en la plaza porque estaba con tres argentinos (de los cuales uno estaba para hacerle un favor). Me quedé hablando con los argentinos y el tío desapareció. Parece que apareció su ex-novia y se quedo hablando con ella. Ahí me fui con los argentinos de fiesta y en la calle donde hay marcha me encontré con mi amiga, que se había mosqueo con el novio y decidió ahogar las penas como yo. Nos fuimos a una discoteca y empezamos a bailar y tomar chupitos de kashahsha. Todo, con la intención de matar los virus. Estaban los argentinos pero en plan a lo soso: sin bailar ni nada y no hay cosa que menos me guste que un tío soso, así que descartado el argentino. También estaban los brasileños con los que me quedé hablando en el súper y el Clark Kent chonurcio. Empecé a bailar con él y ya me empezó a arrimar toda la cebolleta y yo ¡cómo no! me dejé querer. Empezamos a bailar en plan “Dirty Dancing” en medio de la disco y a besarnos. El tío era un mulo de dos metros de alto por dos de ancho. Ahí me acojoné y le hice el regate de Romario. Me quedé con mi amiga y apareció el despechado, que por cierto se llama Jean Carlos. Estaba todo embajonado. Venía de hablar con la ex novia y decidí animarlo. Empezamos a bailar y el alcohol corría como el agua. Ahí mi amiga se piró para casa y me dejó sola con él. Se acabó la música y salimos del bar a terminarnos la última. Nos fuimos a su casa a continuar con la fiesta. Estuvo divertido: empezamos a bailar, el tío se puso una peluca y yo unas gafas en plan “Locomía”... Después me intentó besar por quinta vez en la noche y ahí me dejé. Ya sabes que soy débil con una par de cervezas, pues ya con alcohol del duro ni te cuento. Nos fuimos a la habitación con la sorpresa que cuando se quita el pantalón: ¡Meu Deus! ¡Tremenda cobra que tenía el tío entre las piernas! Yuhuuuuuuuu. ¡Al fin algo bueno me tenía que pasar! El tío, al día siguiente, me hizo el desayuno y me echó otros cuatro polvos. Vamos… que me fui a casa contenta después de varios orgasmos. El tío me invitó a cenar esa misma noche, cosa que ya no me hizo mucha gracia porque como ya bien sabes no me gusta pasar tantas horas con la misma persona. Pero en el momento le dije que si por compromiso. Ya me inventaría una excusa después. Me eché un rato a dormir y después me fui a surfear, ya sin virus en mi cuerpo, o eso creía. Una vez dentro del agua me empecé a encontrar fatal. Me empezó a doler todo el cuerpo y me fui para casa.
¡Vaya mierda! Tanto alcohol ingerido para matar los puñeteros virus y luego cagarla así.
 Me vine a casa a hacerme un buen zumo de frutas tropicales y ahí me llamó Jean Carlos para invitarme a cenar.
Ya está. Ya tenía la excusa perfecta; estaba enferma. Aun así, él insistió:
- Pero puedes comer ¿no? Ahí exageré para librarme de la cita:
- No, es que estoy con fiebre. Me voy a quedar en casa toda la noche. Ahí el me dijo:     -Está bien, no pasa nada. Si te encuentras mal y quieres que te cuide o te lleve cualquier cosa, aquí estoy. Sólo tienes que llamarme y voy para tu casa.
Me sorprendió porque para follar todos quieren, pero cuando estas mal, amiga mía, estás más sola que la una, así que lo agradecí un montón por su parte. Pues al final me llevé una sorpresa con este tío y me di cuenta de que, a veces, la primera impresión no es la que cuenta.


Por mucho que los leyera nunca me dejaban de hacer gracia. Cuando los estaba terminando de leer  sonó el teléfono y era ella. En seguida vendría a por mí. Estábamos como locas por vernos de nuevo después de tanto tiempo. Hubo un tiempo en que me preocupaba mucho que fuera tan promiscua. Me daba miedo que le hicieran daño o que en un arranque de locura no se pusiera condón y le contagiasen alguna enfermedad. Pero hacía tiempo que me había quedado claro que Sandra sabía muy bien lo que hacía, así que ¿por qué juzgarla? Simplemente la escuchaba y me reía mucho con sus historias y, aunque siempre pensaba que nunca más me podía sorprender,  ella venía y me sorprendía con alguna historia nueva.
Aproveché para llamar a mi padre. Me sorprendió encontrarle la voz apagada y triste. Quiso disimular cuando se dio cuenta de que era yo pero el tono con el que lo encontré me dejo preocupada. Me preguntó que cuando nos veríamos y le dije que mañana mismo.
-Por favor, que no aparezca con la brasileña pechugona.
 Sería un momento realmente surrealista ¿Y si aparecemos las dos con el mismo modelito de Stradivarius? No quería ni imaginármelo.
Sonó el claxon ¡Sandra ya estaba aquí! Bajé corriendo las escaleras y nos volvimos locas entre abrazos y gritos de alegría. Cuando nos logramos tranquilizar vi que había adelgazado mucho pero seguía tan guapa como siempre.
No me lo podía creer ¡Por fin juntas! De repente, noté que había alguien más. Un tío que estaba como un tren se bajó del coche.  No  sabía quién era y por un momento no entendía lo que estaba pasando, hasta que Sandra con una gran sonrisa dijo:
- Este es Justin, mi novio.
¿Mi novio? ¿En qué momento de la historia se le había olvidado contarme que tenía novio? Todo me pilló muy de sorpresa y me quedé descolocada. Después de casi cuatro años sin vernos ¿no íbamos a poder disfrutar de unas horas a solas para ponernos al día?
Parece ser que para contarme con pelos y señales sus aventuras sexuales no tenía ningún problema, pero a la hora de contarme que tenía un guapo novio con el que iba a venir a recogerme, no había tenido ni un solo momento. Se me tuvo que reflejar algo en la cara porque me preguntó  que si no me importaba que hubiera venido a recogerme con Justin  ¿Y qué pensaba que le iba a contestar delante de él?
Una vez que se me pasó el shock nos fuimos a tomar algo. En la cafetería me empezó a contar que se conocieron en Brasil. Él es hijo de un empresario (bastante adinerado por lo que entendí) y se habían conocido cuando ella daba clases particulares de surf a unos turistas. Llevaban saliendo unos meses y habían decidido venir a pasar el verano a España porque Justin no la conocía.
La verdad que no soy de ese tipo de amigas posesivas a las que les sienta mal que sus amigas se enamoren, pero de Sandra no me lo esperaba. Había imaginado un verano donde estaríamos las dos solas como en los viejos tiempos.
Cuando llegué a casa me puse a pensar en lo cambiada que la había encontrado, no sólo físicamente, sino también en su forma de ser. Me dio la impresión de que había perdido ese lado salvaje. Parecía mucho más…… no sé cómo explicarlo, parecía mucho menos natural, menos espontánea.
Llegué a la conclusión de que seguramente estarían nerviosos por la situación y las presentaciones. Intenté pensar en otra cosa pero no me podía quitar de la cabeza la nueva imagen de Sandra. Era inevitable pensar en el verano tan aburrido que se me venía encima. Deseé con todas mis fuerzas estar de vuelta en Chile. El único nexo que me quedaba con mi anterior vida era Sandra y ahora, por lo visto,  no me quedaba ni eso

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