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Sentía una mezcla de
ilusión y desgana ante la idea de volver a casa. Por un lado, no había vuelto a
pisar la casa familiar desde que mi padre se fue a vivir a un piso “pequeño
pero elegante” (según las palabras textuales de mi madre) de plaza Castilla. Mi
madre por “no separarse mucho de sus clases de gimnasia” (palabras textuales
de mi padre) se había quedado con el
chalet de La Moraleja. En un principio me preguntaba cómo sería la casa sin la
presencia de mi padre, pero después me di
cuenta de que sería exactamente igual. Él nunca estaba antes en casa así
que no se notaría una gran diferencia.
Nada más aterrizar y encender el teléfono sonó un
mensaje. Era mi madre que alegremente me avisaba de que Carlos iría a por mí al
aeropuerto. No me sorprendió lo más mínimo. Muy típico en ella. Después de 11
meses sin ver a su hija tiene que enviar a Carlos a recogerme. Tampoco me
sorprendió sentir más alegría por la idea de ver al amable Carlos que a mi
propia madre. Carlos lleva trabajando en nuestra familia desde que tengo uso de
razón. Se encarga del mantenimiento de los jardines, de las instalaciones, de
lavar los coches, los perros, los gatos, las flores, las sillas, las mesas, los
gatos otra vez, los lagartos que cazan los gatos, de coger la correspondencia, de
mandar la correspondencia, de recoger a los invitados en el aeropuerto, de
volverlos a llevar y de todas las funciones que pudieran surgir. Con los años
había pasado a ser parte de la familia (por lo menos para mí) y me hacía
ilusión que me recibiera él.
Me esperaba con un gran sonrisa y un educado- ¿cómo
esta señorita? Le correspondí con un gran abrazo y nos fuimos para la Moraleja:
ese lugar que durante tantos años me había visto crecer y que ahora se
presentaba ante mí de una manera tan extraña.
Mi madre nos esperaba en la puerta. Parecía todo
parte de un decorado. Ella, impecable de arriba abajo, ni un pelo fuera de
lugar, perfectamente vestida y maquillada. Tengo que reconocer que es de una
gran belleza, aunque, para mi gusto, muy recargada siempre de maquillaje, joyas
y peinados imposibles. Algunas mañanas me la cruzaba por los pasillos recién levantada y me parecía de una belleza
sublime, aunque la verdad es que eran muy pocas las veces que ocurría
porque ella nunca se dejaba ver “sin arreglar”.
Lo primero que me dijo fue:
- Pero hija… ¿no comes
bien allí? Mira que pintas traes.
Tras unos minutos de forzada y superficial conversación,
me retiré con la excusa de estar cansada por el viaje.
No tenía por qué afectarme, pero la realidad era que
me afectaba y mucho. Era mi madre y el hecho de que no nos conociéramos a penas
me provocaba mucho dolor. Tenía tantas cosas que podía contarle de mi estancia
en Chile, tantas cosas que preguntarle: si era feliz sin papá, si le gustaba su
vida, si me había echado de menos. Llegué a la conclusión de que, seguramente,
lo menos doloroso para todos era seguir fingiendo que todo estaba bien y no
llegar a saber nunca las respuestas a todas esas preguntas.
Decidí que no
me iba a arruinar la llegada a Madrid y, acto seguido, me puse en contacto con
Sandra. Sandra es mi mejor amiga desde hace mucho tiempo. No es de la misma
urbanización pero nos conocimos en el colegio. Su madre era miembro del equipo
de limpieza y por eso le correspondía una plaza. Era el colegio mas pijo de la
cuidad. Siempre supe que era diferente al resto de las compañeras. Sandra tenía algo salvaje y natural que me
atrajo desde el primer momento. Llegó unos días después del comienzo de las
clases e interrumpió una lección de música:- Hola niñas, esta es la nueva
compañera, Sandra.
No podía dejar de mirar su revoltoso pelo rubio,
pero no un pelo rubio liso y brillante como el de las demás niñas: el pelo de
ella era grueso, de un rubio quemado por el sol y ondulado. Tenía una cara
preciosa, con unos ojos grandes y amarillos que siempre tenía muy abiertos para
no perderse nada de lo que pasaba a su alrededor. Con el tiempo descubrí que
sería una de las chicas más inteligentes que conocería nunca. Su bonita cara
quedaba descompensada con su cuerpo. Era muy tosca y masculina en sus gestos.
Le encantaban todos los deportes: Desde el fútbol hasta la petanca. Pronto nos
hicimos grandes amigas, para el disgusto de mi señora madre.
Mi amistad con Sandra es una de las pocas cosas que
les he impuesto a mis padres. Tuve claro que esa niña iba a ser mi amiga, les
gustase o no. Tras muchos intentos de separarnos y hacernos la vida imposible,
mi madre cedió ante la realidad y resignada aceptó nuestra amistad.
Creo que con el tiempo mi madre ha aprendido a
entenderla y, aunque nunca lo ha confesado, sé que le tiene cariño.
A pesar de haber crecido juntas, somos muy
diferentes. Sandra era totalmente impulsiva, desorganizada y dejaba todo para
el último momento. Recuerdo cómo en verano iba sin depilar a la piscina cuando
todos los chicos de la urbanización estaban allí:
-No me ha dado tiempo
de depilarme, ¿Qué quieres, qué deje de venir a darme un baño porque estos me
pueden ver los pelos? ¿Y ellos? ¡Mira que pelos llevan! Y se quedaba tan tranquila tomando el sol.
Lo que más
impactaba en ella era la seguridad en sí misma. Con sus pelos y todo, se
llevaba a los chicos de calle. Siempre le gustó tratarlos como clínex. Los
usaba y cuando se aburría de ellos, los tiraba. Sandra siempre me eclipsó en lo
referente a los chicos. Yo nunca tuve mucho éxito con ellos. Entre mi gran
timidez y su gran carisma no tenía nada que hacer, pero a mí siempre me dio
igual porque con sus historias me reía
tanto que disfrutaba mucho más que con las citas reales.
De los motivos por los que por fin me decidí a
volver a Madrid ese verano, el de reencontrarme con Sandra era el que más peso
tenía. Al cumplir los 17 años Sandra se
fue a vivir con su padre a Brasil y nos separamos. Creo que nunca había estado
tan triste. La echaba muchísimo de menos y ninguna amiga se le parecía en lo
más mínimo. Todas me parecían aburridas y superficiales, todo el día hablando
de ropa y de chicos. Estaba totalmente fuera de lugar hasta que me aceptaron en
la Universidad de Oviedo y pude respirar tranquila una temporada lejos de La
Moraleja y sus “moralejos”.
Y de repente, una llamada diciéndome que pasaría
todo el verano en Madrid. Así que era el momento perfecto de regresar. Hacía ya
cuatro años que no nos veíamos y lo estaba deseando. En todo este tiempo me
había tenido informada de sus andanzas por Brasil.
Sandra es
una chica sexualmente muy abierta. No he
conocido nunca a nadie igual. Me di cuenta de que aún quedaban unas horas hasta
que pasara a recogerme, así que encendí
mi ordenador y busqué aquellos locos emailes que tanto me hacían reír. La
verdad es que hacía ya bastante tiempo que había dejado de escribirme porque
decía que ya casi no tenía tiempo y, la verdad, es que era una pena porque aparte de hacerme reír
mucho, era una manera de sentirla más cerca de mí.
No tardé en encontrarlos así que me puse a leer uno
de los primeros emailes que me envío cuando
iba solo a Brasil por vacaciones.
SANDROTA IN BRASILIAN.
Matando los virus
¿Te acuerdas cuando te conté que
estaba enfermita? Bueno, pues pase un día de mierda, todo el día metida en casa
con una fiebre de mil demonios y con unos mimos.... Me quedé en casa limpiando,
con la esperanza de que alguno de mis “cutreligues” apareciese para cuidarme,
pero nada. Ahí no apareció ni Dios. Me entró un bajoncillo de esos típicos de
la gripe. Por la tarde me empecé a
encontrar mejor y decidí meterme al agua a ver si así se me pasaba un poco el
bajoncillo. Había unas olas súper buenas y cogí un par de ellas, cosa que me
alegro un poco el día. Dentro del agua me encontré con mi primer “cutreligue”
(el que la tenía pequeña). Dentro del
agua estuvimos hablando y de buen rollito. Al salir del agua el chico me invitó
a cenar y pensé que me vendría bien para despejarme. Me fui a casa y me puse guapetona. Bajé a la
plaza del pueblo a tomar un par de cervezas con mi amiga y a esperar al “cutreligue”
number one (voy a empezar a enumerarlos para no hacernos un lío) En la plaza
del pueblo me encontré con el number two. Me preguntó:
- ¿Qué tal, ya te encuentras
mejor?- Y yo pensé: -ah muy bien, muy bonito. Así que sabía que estaba enferma
en casa y no es capaz de hacer una visita? ¡Capullo!
Y yo contesté:
- Sí, ya me encuentro mejor. He
bajado a tomar unas cervezas a ver si así mató los virus con el alcohol.
Llegó el “cutreligue” number one
y nos fuimos a cenar. Después, dimos una vuelta por la playa a la luz de la
luna, con todo el cielo estrellado y ahí el tío aprovechó para meterme el morro. Pero le hice una cobra de
las mías. Que soy débil, pero lo del micropene
no se me olvida.
Y nada, le dije que mejor nos quedásemos como
amigos. Después volvimos para la plaza del pueblo y pillamos un litro. La cosa
se empezó animar y la plaza se empezó a llenar de peña guapa. Me fui al súper a
pillar otro litro. Entonces, en el supermercado a la salida, había un grupito
de tíos que me dijeron: bonita camiseta. Y empecé a hablar con ellos. Me senté
y comencé a beberme el litro. Uno de ellos hablaba español con acento
argentino. Era gracioso. Otro de ellos era de Natal y tenía un cuerpazo.... y
una cara en plan tipo Clark Kent, pero un poco hortera vistiendo, en plan a lo
“chulo puta”. Cuando me quise dar cuenta pensé:
¡Ostias! pero si tengo al “cutreligue”
number one esperando en la plaza y, a lo que volví a por él, me encontré con el
despechado “cutreligue” number three (con ese que no sé si te acuerdas que te
conté que no me hablaba). Ahí lo paré y le dije:
- ¿Tú
qué pasa, que no saludas o qué? Y ahí el tío aflojó su orgullo de machito y me
dio dos besos. Empezamos a hablar y me quedé con él en la plaza porque estaba
con tres argentinos (de los cuales uno estaba para hacerle un favor). Me quedé
hablando con los argentinos y el tío desapareció. Parece que apareció su
ex-novia y se quedo hablando con ella. Ahí me fui con los argentinos de fiesta
y en la calle donde hay marcha me encontré con mi amiga, que se había mosqueo
con el novio y decidió ahogar las penas como yo. Nos fuimos a una discoteca y
empezamos a bailar y tomar chupitos de kashahsha. Todo, con la intención de
matar los virus. Estaban los argentinos pero en plan a lo soso: sin bailar ni
nada y no hay cosa que menos me guste que un tío soso, así que descartado el
argentino. También estaban los brasileños con los que me quedé hablando en el
súper y el Clark Kent chonurcio. Empecé a bailar con él y ya me empezó a
arrimar toda la cebolleta y yo ¡cómo no! me dejé querer. Empezamos a bailar en
plan “Dirty Dancing” en medio de la disco y a besarnos. El tío era un mulo de
dos metros de alto por dos de ancho. Ahí me acojoné y le hice el regate de
Romario. Me quedé con mi amiga y apareció el despechado, que por cierto se
llama Jean Carlos. Estaba todo embajonado. Venía de hablar con la ex novia y
decidí animarlo. Empezamos a bailar y el alcohol corría como el agua. Ahí mi
amiga se piró para casa y me dejó sola con él. Se acabó la música y salimos del
bar a terminarnos la última. Nos fuimos a su casa a continuar con la fiesta.
Estuvo divertido: empezamos a bailar, el tío se puso una peluca y yo unas gafas
en plan “Locomía”... Después me intentó besar por quinta vez en la noche y ahí
me dejé. Ya sabes que soy débil con una par de cervezas, pues ya con alcohol
del duro ni te cuento. Nos fuimos a la habitación con la sorpresa que cuando se
quita el pantalón: ¡Meu Deus! ¡Tremenda cobra que tenía el tío entre las
piernas! Yuhuuuuuuuu. ¡Al fin algo bueno me tenía que pasar! El tío, al día
siguiente, me hizo el desayuno y me echó otros cuatro polvos. Vamos… que me fui
a casa contenta después de varios orgasmos. El tío me invitó a cenar esa misma
noche, cosa que ya no me hizo mucha gracia porque como ya bien sabes no me
gusta pasar tantas horas con la misma persona. Pero en el momento le dije que
si por compromiso. Ya me inventaría una excusa después. Me eché un rato a
dormir y después me fui a surfear, ya sin virus en mi cuerpo, o eso creía. Una
vez dentro del agua me empecé a encontrar fatal. Me empezó a doler todo el
cuerpo y me fui para casa.
¡Vaya mierda! Tanto alcohol
ingerido para matar los puñeteros virus y luego cagarla así.
Me vine a casa a hacerme un buen zumo de frutas
tropicales y ahí me llamó Jean Carlos para invitarme a cenar.
Ya está. Ya tenía la excusa
perfecta; estaba enferma. Aun así, él insistió:
- Pero puedes comer ¿no? Ahí exageré
para librarme de la cita:
- No, es que estoy con fiebre. Me
voy a quedar en casa toda la noche. Ahí el me dijo: -Está bien, no pasa nada. Si te encuentras
mal y quieres que te cuide o te lleve cualquier cosa, aquí estoy. Sólo tienes
que llamarme y voy para tu casa.
Me sorprendió porque para follar
todos quieren, pero cuando estas mal, amiga mía, estás más sola que la una, así
que lo agradecí un montón por su parte. Pues al final me llevé una sorpresa con
este tío y me di cuenta de que, a veces, la primera impresión no es la que
cuenta.
Por mucho que los leyera nunca me dejaban de hacer gracia. Cuando los
estaba terminando de leer sonó el
teléfono y era ella. En seguida vendría a por mí. Estábamos como locas por
vernos de nuevo después de tanto tiempo. Hubo un tiempo en que me preocupaba
mucho que fuera tan promiscua. Me daba miedo que le hicieran daño o que en un
arranque de locura no se pusiera condón y le contagiasen alguna enfermedad. Pero
hacía tiempo que me había quedado claro que Sandra sabía muy bien lo que hacía,
así que ¿por qué juzgarla? Simplemente la escuchaba y me reía mucho con sus
historias y, aunque siempre pensaba que nunca más me podía sorprender, ella venía y me sorprendía con alguna
historia nueva.
Aproveché para llamar a mi padre. Me sorprendió encontrarle la voz
apagada y triste. Quiso disimular cuando se dio cuenta de que era yo pero el
tono con el que lo encontré me dejo preocupada. Me preguntó que cuando nos
veríamos y le dije que mañana mismo.
-Por favor, que no aparezca con la brasileña
pechugona.
Sería un momento realmente
surrealista ¿Y si aparecemos las dos con el mismo modelito de Stradivarius? No
quería ni imaginármelo.
Sonó el claxon ¡Sandra ya estaba aquí! Bajé corriendo las escaleras y
nos volvimos locas entre abrazos y gritos de alegría. Cuando nos logramos
tranquilizar vi que había adelgazado mucho pero seguía tan guapa como siempre.
No me lo podía creer ¡Por fin juntas! De repente, noté que había
alguien más. Un tío que estaba como un tren se bajó del coche. No
sabía quién era y por un momento no entendía lo que estaba pasando,
hasta que Sandra con una gran sonrisa dijo:
- Este es Justin, mi novio.
¿Mi novio? ¿En qué momento de la historia se le había olvidado
contarme que tenía novio? Todo me pilló muy de sorpresa y me quedé descolocada.
Después de casi cuatro años sin vernos ¿no íbamos a poder disfrutar de unas
horas a solas para ponernos al día?
Parece ser que para contarme con pelos y señales sus aventuras
sexuales no tenía ningún problema, pero a la hora de contarme que tenía un
guapo novio con el que iba a venir a recogerme, no había tenido ni un solo
momento. Se me tuvo que reflejar algo en la cara porque me preguntó que si no me importaba que hubiera venido a
recogerme con Justin ¿Y qué pensaba que
le iba a contestar delante de él?
Una vez que se me pasó el shock nos fuimos a tomar algo. En la
cafetería me empezó a contar que se conocieron en Brasil. Él es hijo de un
empresario (bastante adinerado por lo que entendí) y se habían conocido cuando
ella daba clases particulares de surf a unos turistas. Llevaban saliendo unos
meses y habían decidido venir a pasar el verano a España porque Justin no la
conocía.
La verdad que no soy de ese tipo de amigas posesivas a las que les
sienta mal que sus amigas se enamoren, pero de Sandra no me lo esperaba. Había
imaginado un verano donde estaríamos las dos solas como en los viejos tiempos.
Cuando llegué a casa me puse a pensar en lo cambiada que la había
encontrado, no sólo físicamente, sino también en su forma de ser. Me dio la
impresión de que había perdido ese lado salvaje. Parecía mucho más…… no sé cómo
explicarlo, parecía mucho menos natural, menos espontánea.
Llegué a la conclusión de que seguramente estarían nerviosos por la
situación y las presentaciones. Intenté pensar en otra cosa pero no me podía
quitar de la cabeza la nueva imagen de Sandra. Era inevitable pensar en el
verano tan aburrido que se me venía encima. Deseé con todas mis fuerzas estar
de vuelta en Chile. El único nexo que me quedaba con mi anterior vida era
Sandra y ahora, por lo visto, no me
quedaba ni eso
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