miércoles, 2 de enero de 2013

CERO TOLERANCIA CON LOS RETRASADOS EMOCIONALES



MÓNICA Y RAÚL.
-Señora, pásenos la pelota por favor!!!señoraaaaaaaaaaaaaa…la pelotaaaaaa……
Era un día soleado de primavera, a Mónica le encantaban esos días. Empezaba a hacer calorcito, pero aún era un calor agradable, y no tan agobiante como el del verano. Acababa de terminar sus clases en la facultad, y caminaba tranquilamente  por el parque destino a su casa. Estaba inmersa en sus pensamientos. Tenía hambre y estaba pensando en que podría merendar: doritos con cerveza… galletas con cerveza …cerveza….
-          Señoraaaaaa la pelotaaaaaaaaaaaaaaaa………..
Siguió caminando tranquilamente cuando, de pronto, delante de sus narices, una pelota. En ese instante su cerebro empezó a procesar la información y a reaccionar. Miró lentamente hacia la derecha, después lentamente hacia la izquierda, y  ya pensando en lo peor, miró hacia atrás para confirmar sus peores sospechas: ¡allí no había ninguna señora!!!
Toda su vida pasó por delante muy lentamente, y  en ese momento, cedió ante la realidad:  ¡!!!la señora era ella!!!!
Señoraaaaaaaa…-seguían gritando aquellos niños ignorando el trauma emocional que le estaban causando.



Tenía 23 años y era la primera vez que la llamaban señora. Un día que ninguna mujer olvida.
Cogió la puñetera pelota, y la lanzó tan dignamente como pudo. Al día siguiente, llamó a la peluquería afro- fashion-alternativa más molona de la calle Fuencarral, y pidió hora. Salió de allí con unas rastas “maravillosas,” que no se quitó hasta un año después. En todo ese tiempo nadie  volvió a llamarla señora, aunque la realidad fue que  tampoco se comió un colín. Cosa que con el paso del tiempo Mónica entendía cada vez que miraba las fotos, estaba simplemente, horrible.
-          “Antes hippy fea, que señora guapa”- pensaba resignada, pero orgullosa de que su objetivo se hubiese cumplido, por lo menos durante aquellos doce meses.



De aquel trauma ya habían pasado unos cuantos añitos, en los cuales había ido pasando por diversas etapas, con sus respectivos  y diversos look y estilismos, y como no, con sus diversos y variopintos novios, muy a la par de sus looks; es decir, extraños y cada cual más feo e  incongruente.
Después del  año sabático, (sin novios pero con rastas) un día decidió que ya era hora de quitarse aquellas greñas de la cabeza. Bueno, en realidad fue  su hermana, que ya no aguantaba más la visión de aquella rastafari en proceso de convertirse en señora en la que se había convertido su hermanita pequeña, y una mañana de navidad,  le dijo:
-          Si vas a la peluquería  y te quitas eso de la cabeza, yo te lo pago.
Tras un segundo de reflexión ella dijo:
-           Vale!!!
Acto seguido bajaron a la peluquería más cercana, dónde les atendió un mariquita que a cada tijeretazo, soltaba algo parecido a un grito de asco y, una vez que la rasta había caído al suelo, le daba una patadita para alejarla de su lado como si aquellos pelos enredados y amorfos le fueran a contagiar alguna extraña y mortal enfermedad. Aquel peluquero, afeminado e histriónico, se dio un gustazo y, la rapó al dos.
La verdad que no le quedaba nada mal. Cualquier cosa era mejor que aquel look a lo “Rita Marley  desteñida”
Así fue como pasó de ser una “universitaria hippy en proceso de señora”, a  una “universitaria rapada en proceso de señora”. Como era de esperar, no pasó mucho tiempo hasta que se comió su primer colín. Después de aquel año reivindicando y proclamando a los cuatro vientos su juventud y lozanía, conoció a Marcos, que no tardó en encabezar el puesto número uno en su ranking particular de retrasados emocionales. Este chico, algo tímido y muy enganchado a la coca, (cosa que descubrió con el tiempo)  la conquistó  una noche de marcha en medio de un “brote de subidón”, y que esa misma noche, la  dejó tirada sin previo aviso en medio de un “brote de  bajón”. A pesar de que esta era una señal inequívoca de que el sujeto en cuestión no estaba muy equilibrado, ella siguió saliendo con él, hasta que se coló locamente por sus huesitos.
Tras dos años de una relación muy bonita al principio (los primeros diez minutos),  y muy conflictiva el resto del tiempo, él acabó dejándola por otra. Por supuesto nunca se lo confesó. Como buen macho ibérico desequilibrado, lo fue haciendo gradualmente, poco a poco, haciéndola desconfiar de todo, hasta de sí misma, y a punto estuvo de perder la cabeza. Marcos nunca quería salir con ella a ningún lado, pero a la primera de cambio que alguien le ofrecía otro plan, él se apuntaba sin pensárselo. Cada vez estaba más distante y frío. Cada vez se colocaba más, y su humor fue empeorando por minutos.  A pesar de todo esto, Mónica tenía la esperanza de que todo se solucionara, y pronto llegarían a estar otra vez como los primeros diez minutos de la relación. Ella lo justificaba continuamente: “está cansado”, “está deprimido”” lo está pasando mal”…









La primera vez que lo vio con la otra, Mónica estaba en la playa. No le hizo falta acercarse demasiado, le conocía, y por su lenguaje corporal, supo con certeza que estaba liado con aquella chica. Vomitó.
Mónica lo pasó realmente mal. Nadie entendía que veía en aquel chico para que estuviera tan ciega y enamorada. Ni ella misma sabía explicarlo, pero era la verdad. Cuando había pasado un año, el sujeto en cuestión, se aburría de las nuevas conquistas, y una noche en pleno “brote de subidón”, la buscó y comenzaron a charlar. Mónica escuchaba todas sus desgracias, que según él, eran muchas, y le ofreció su hombro para llorar. Sus amigos le advertían, pero ella se justificaba diciendo que eran solo amigos. Por supuesto, a sus amigos no lograba engañarlos, pero a ella misma sí. Es lo curioso del autoengaño, es el más efectivo de todos los engaños posibles.
 No tardaron en liarse una noche de marcha en medio de uno de sus ya famosos “brotes de subidón”. Así estuvieron cerca de tres meses, en los cuales Mónica vivía esperanzada y totalmente desequilibrada, pero por supuesto, aparentando serenidad y control. Había días que Marcos estaba súper cariñoso, y días que se volvía reservado, distante y muy frío. Mónica lo seguía justificando: “el pobre está pasando por un racha muy mala”. Hasta que él hizo lo que mejor sabía hacer: dejarla por otra.
Pasaron cerca de otros dos años en los cuales no se dirigieron la palabra, pero seguían coincidiendo. Cuando se cruzaban, simplemente se ignoraban. Ella por supuesto se hacía la indiferente, pero el corazón le cabalgaba a mil por hora. Mónica intentaba seguir  con su vida, pero le costaba mucho que alguien le gustara aunque fuera solo un poquito.
 Una  noche de marcha, Mónica conoció a un gallego del que estaría enamorada por lo menos…..media hora. La invitó a conocer Galicia, estuvo allí en dos ocasiones, y lo pasó en grande. Fueron unos días realmente bonitos, y parecía que  por fin empezaba a superar la adicción hacia Marcos. Posiblemente, la relación con el gallego hubiera prosperado, de no ser porque el sujeto en cuestión apareció de nuevo en acción.
Para seguir en su línea, él ya se estaba aburriendo  de su por entonces novia, y una noche de marcha en pleno “brote de subidón” (como no) volvieron a conversar. Mónica le ofreció el  hombro que le quedaba, porque evidentemente, su mala racha seguía, y en un par de días, volvían a estar “juntos”.

Fue una racha “buena”. Pasaban bastante tiempo juntos y hacían muchas cosas en común: ella le limpiaba la casa, el coche, le hacia la colada, le pagaba todo…vamos, que volvieron a la normalidad. Pero sobre los dos meses, Marcos volvió a distanciarse, a no darle ningún tipo de explicación sobre lo que hacía o dejaba de hacer. Cuando Mónica intentaba que le explicara la situación, él simplemente la llamaba loca, posesiva, o lo que se le pasara por la cabeza. Lo peor de todo: ella terminaba creyendo que Marcos tenía razón, y que ella era una especie de loca desequilibrada.






Lo increíble fue que entre tanto vaivén emocional, Mónica nunca dejó de lado su carrera de Psicología. Al contrario, era su refugio, su parcela de paz en donde ella se sentía útil y equilibrada. Si Marcos la hubiese apartado de su carrera nunca se lo habría podido perdonar a ella misma.
El día que, por fin, se le cayó la pesada y resistente venda de los ojos, fue el día que la llamaron por la mañana comunicándola que su tía había muerto, tras una larga y pesada enfermedad: esclerosis múltiple. Mónica y su familia tuvieron que desplazarse hasta Barcelona para el entierro. Marcos llevaba unos días desaparecido, y cuando le comunicó la noticia, quedaron para desayunar  al día siguiente. Por la mañana él no dio señales.  Ella no aguantaba más, y al medio día, lo llamó. Quedaron en verse después de sus clases. Cuando Mónica salió de su facultad estaba  ansiosa por verle. Marcos alegremente le comunicó que se iba a casa de un amigo de barbacoa, por supuesto, sin ella.
-Entonces, ¿no te voy a ver? ¡Se ha muerto mi tía! Voy a estar fuera una semana……..
Contestación del sujeto en cuestión:
-¡VETE A VOLVER LOCO A OTRO!
Y tranquilamente, Marcos le colgó el teléfono.
Durante toda la semana que Mónica estuvo fuera, ni un mísero mensaje.  Ella tenía claro que aquello era el fin. Le había tolerado toda clase de comportamientos, pero aquello era imposible de tolerar. ¿Qué clase de persona hacía algo así? Hasta un amigo al que acabas de conocer se presta a darte un poco de cariño en una situación similar.







A su regreso, Mónica estaba totalmente triste y hundida. Cogió su tabla de surf y bajó a la playa dispuesta a darse un buen baño que le diera paz y un poco de energía positiva. Pero antes de llegar a la playa, se cruzó con Marcos, que tranquilamente, y con una gran sonrisa en la cara, la saludó. Cuando vio que Mónica lo ignoraba por completo las palabras textuales de Marcos fueron:
-¿Cómo puedes ser así, después de todo lo que hemos pasado? ¡Ya te vale!
            Mónica seguía triste, pero estaba orgullosa de que por primera  vez en su vida, hubiera sacado fuerzas suficientes para no dirigirle la palabra. Lo más triste de todo: tenía que seguir haciendo unos esfuerzos increíbles para no llamarlo y para no echarlo de menos. Pero se había jurado que nunca más tendría una relación sentimental con Marcos. ¿Qué será lo que te sigue atando a una persona que te trata así?
Ese mismo día, cogió su música y se fue a correr como cada tarde. Cuando llevaba ya un rato corriendo, pasó por la playa y a lo lejos le pareció reconocer a Marcos. Aunque no quería saber nada más de él, la curiosidad le pudo y se fue acercando: ¡allí estaba Marcos enamorando en un banco a una llamativa rubia! Ella estaba sentada encima de sus rodillas y contemplaban las olas y el atardecer como dos tortolitos. Aquello fue demasiado.
-          PERO MIRA QUE ERES HIJO DE PUTA!!!!!!- le gritó con toda su rabia.






 Ambos se dieron la vuelta al oír el grito. Mónica se había parado de golpe. Marcos puso cara de gallito descompuesto, y la rubia cara de no entender nada.
Mónica siguió corriendo con una rabia que la consumía a cada segundo. ¿Tan difícil era ser sincero? Hubiera sido todo muy fácil y se hubiera ahorrado todo ese tiempo de dudas : “Mira Mónica, que no quiero nada serio, estoy viendo a otras chicas, me lo paso bien contigo, pero no quiero que te confundas”, y a ella se le hubieran aclarado las ideas. ¿Por qué tenían que complicarlo todo tanto los hombres? Lo que la tenía enganchada era la incertidumbre de no saber a lo que se enfrentaba. Un día la deseaba como un loco, y otro día la ignoraba por completo. Si Marcos hubiera sido sincero desde un principio, se hubieran ahorrado muchos problemas, sobre todo ella.
Aunque quizás, la culpa ha sido mía por no querer ver la realidad- pensaba muchas veces Mónica.
Fuera por lo que fuese,  así fue como Marcos desapareció inmediatamente de su vida, de sus pensamientos y de su corazón. Fue muy fácil cuando supo con certeza a lo que se enfrentaba. Había pasado casi seis años justificándolo continuamente y pensando que en cuanto se terminara su “mala racha”, Marcos se daría cuenta de lo mucho que la necesitaba y de cuánto la quería, y serían felices y comerían…perdices para siempre.
-           Cuando te enamoras de la persona equivocada pasan estas cosas. En la vida, toda mujer pasa por una relación tormentosa. Es parte del aprendizaje- se decía a sí misma Mónica para consolarse cuando pensaba en aquellos seis años desperdiciados.
            Si eres inteligente, aprendes de los errores cometidos y no vuelves a caer en otro tipo de relación así, pero tristemente muchas mujeres caían y repetían este patrón a lo largo de sus vidas. ¿Falta de autoestima y de amor propio? ¿Sumisión? ¿Ignorancia? ¿Modelo paternal equivocado? ¿Masoquismo? ¿O será verdad eso de que el amor es ciego? Fuera por lo que fuese, Mónica tuvo la suerte de no volver a permitir un trato así, y lo más importante, no volvió a permitir que nadie dominara sus sentimientos nunca más, excepto ella misma. Como futura psicóloga que era, se formó en todo lo referente a la autoestima. No solo reforzó la suya al máximo, sino que descubrió que esa sería su especialidad una vez que ejerciera como psicóloga: fortalecería la autoestima de todas esas personas que la tuvieran por los suelos. Aquella idea le dio fuerzas para seguir adelante llena de energía y de  ganas.
Paso de un extremo al otro. De ser una chica obsesionada por un hombre, desequilibrada e insegura, a personificar el espíritu femenino independiente. Mónica se sentía totalmente completa sin un hombre a su lado. Empezó a marcarse metas que ella misma elegía, y a conseguirlas, lo que le producía una gran satisfacción, y a la vez, le daba fuerzas para seguir siendo cada vez más independiente de los hombres y de sus opiniones. Pasó de ser una persona pasiva, a ser una persona totalmente asertiva, que defendía con garra sus propios derechos.
En el fondo Mónica sabía que eran las secuelas de su tormentosa y larga relación con Marcos, y muchas veces era consciente de que ponía una barrera para que no volvieran a hacerle daño. Hubo una temporada en la que veía a los hombres como a enemigos.
Poco a poco fue consiguiendo ser la chica que era en un principio: auto confiada, segura de sí misma, entusiasta, luchadora… Y cuando más centrada en ella misma estaba, apareció Raúl.
Raúl era un guapo estudiante de psicología. Mónica supo en cuanto lo vio que tenía algo enigmático y diferente a lo que hasta entonces había conocido. Lo conoció el tercer año de carrera. Una mañana, Raúl entró por la puerta de la clase con aire despistado, saludó, se disculpó con un acento muy gracioso, y cuando hubo confirmado que aquella era su aula, se sentó. Mónica no pudo quitarle el ojo de encima el resto del día. No tardó en descubrir que aquel acento tan gracioso tenía un motivo; era argentino.  Más tarde ella se encargó de descubrir todo sobre aquel chico nuevo; se enteró de que estaba en España con una beca Erasmus. Raúl no era una belleza, pero tenía algo distinto que a Mónica le atrajo desde el primer momento de una manera irremediable.
No eran muchos en clase así que fue cuestión de días que se conocieran y entablaran una amistad. No tardaron ni un mes en empezar a salir juntos. Mónica pasó de ser una fría chica, distante y racional, a enamorarse locamente y entregarse a un chico, que por fin, tuvo la certeza de que merecía la pena.
 Raúl era inteligente, divertido, educado, y lo más importante, sano y deportista. Estaba harta de chicos que fumaran porros, esnifaran rayas, o consumieran cualquier tipo de sustancia para escapar de su propia personalidad. Tenía claro, que el hombre que la conquistara tenía que sentirse muy a gusto dentro de su propia piel, y aquel divertido argentino, sin duda alguna, lo estaba.
Fue el alumno más brillante de su promoción. Era tranquilo, sereno, sincero y con una voluntad de hierro. También era muy  competitivo. Raúl siempre sintió atracción por mujeres bellas, competentes e independientes. Y aunque había tenido muchas relaciones en Buenos Aires, ninguna prosperó, y  llegó a pensar que siendo tan exigente nunca encontraría a ninguna chica que le gustará lo suficiente. Por eso, en cuanto conoció a Mónica, la atracción que sintió fue muy fuerte.
            En cuanto se la presentaron aquella noche y la oyó conversar, se enamoró inmediatamente. No solo era buena deportista, sino que era responsable, independiente y tremendamente divertida .Ninguna mujer antes le había hecho reír tanto en su vida. Tenía un gran sentido del humor.  En Argentina no había conocido a nadie igual. No pudo resistirse ante sus encantos, y desde el principio congeniaron muy bien.
Mónica paso de ser una mujer fría, reservada y distante con los hombres, a ser una mujer entregada y centrada en el amor, sin dejar de lado por ello su trabajo, sus hobbys y sus metas.
Si algo estaba claro, es que la atracción que sentía el uno por el otro, era fruto de una gran admiración mutua. Si ella se hubiera convertido de golpe en una mujer sumisa y dependiente, Raúl, seguramente, no hubiera tardado en desenamorarse de ella. Ambos eran ambiciosos, competitivos y  con grandes expectativas de futuro. Desde fuera se les veía como a una pareja modélica, tan carismáticos y triunfadores.
Llegó el final del curso y Raúl tenía que regresar a Buenos Aires. En un principio decidieron que se verían siempre que pudieran, pero no tardaron en darse cuenta de que no podían vivir el uno sin el otro. Mónica sorprendentemente no lo dudo ni por un segundo, y haciendo las maletas, dejó atrás toda su vida en Madrid.
Así fue como Mónica y Raúl acabaron la carrera de Psicología a la vez e invirtieron todos sus ahorros en una pequeña consulta que no tardaría en prosperar y crecer hasta convertirse en uno de los gabinetes de Psicología con mejor fama de Buenos Aires.

2 comentarios:

  1. Encontré tu blog a través de la web de una editorial donde está publicado tu libro, y creo que lo mejor que me he llevado han sido muchos de tus post. Me has hecho darme cuenta de muchos aspectos de mi vida en los que no había reparado en absoluto. Muchas gracias por fomentar que la gente desee mejorar la calidad de sus vidas.
    Un saludo!

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  2. GRACIAS!!!!!NO SABES LO QUE ME ALEGRA LEER TUS PALABRAS. ME SIRVEN PARA SEGUIR ESCRIBIENDO, CON AYUDAR A UNA SOLA PERSONA, PARA MI, YA ES MÁS QUE SUFICIENTE!!
    UN BESO!

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