VALERIA
Y GAEL
Capítulo 1
GAEL y DOÑA ELENA.
Por más que lo intentaba, Gael no lograba encontrar la postura
adecuada. Era imposible conseguir dormir en aquel avión. Ya llevaba ocho horas
de vuelo y apenas había podido conciliar el sueño. Estaba muy nervioso, y la
gruesa señora que se sentaba a su lado, tampoco ayudaba mucho para que se
sintiera más cómodo. No podía entender como hacían los aviones tan estrechos.
Cogió uno de los periódicos que amablemente
le había ofrecido a la entrada aquella azafata tan guapa, y se dispuso a leerlo
con la intención de que el tiempo se le pasara un poco más rápido. Había
noticias sobre España. La palabra crisis aparecía en todas y cada una de las
páginas de aquel diario. También hojeo algunas noticias internacionales,
temperaturas, resultados de eventos deportivos, el precio de las acciones…Pero
nada, no se lograba concentrar. Tenía la impresión de que llevaba metido en
aquel dichoso avión toda una vida.
Se puso a imaginar cómo sería su llegada a
Madrid. Ya solo le quedaban unas horas para aterrizar. No pudo evitar sentir un
incómodo nudo en el estómago. ¿Cómo sería España? ¿Encontraría pronto trabajo?
Era la primera vez que se separaba tanto de su familia. Nunca antes había
viajado tan lejos de Argentina.
Intentó
seguir leyendo aquel periódico, pero no había manera de poder centrar su
atención. Le vino a la mente su preciosa novia, Valeria. De momento no podría acompañarlo. Hasta que no estuviera
instalado, y un poco ubicado en Madrid, no les había parecido buena idea a
ninguno de los dos. Ella aún estaba acabando sus estudios y así lo habían
decidido.
En
Argentina lo veía todo muy claro, pero ahora que se acercaba el momento, solo
podía sentir una gran incertidumbre ante lo que se le venía encima. Había ratos
en los que pensaba que todo había sido un error y una auténtica locura, y otros,
en los que aquella decisión le parecía la idea más brillante y acertada que
había tenido en toda su vida. Ahora
mismo, para su propia angustia, primaba lo primero.
A llegar a Madrid se quedaría unos días en
casa de Doña Elena, una tía de
Valeria, que se había ofrecido amablemente a hospedarlo hasta que encontrara
algo acorde con sus posibilidades. La idea, a Gael, no le terminaba de gustar
demasiado, pero sabía que era la mejor opción, ya que de ese modo, los gastos
se reducirían considerablemente. Así que aunque no era el mejor plan en un
principio, se sentía agradecido por el detalle que había tenido aquella señora
al invitarle a su casa sin tan siquiera conocerlo.
Doña Elena apenas había podido conocer a sus
sobrinas, sin embargo, siempre había sentido un cariño especial hacia ellas.
Por eso, en cuanto se enteró de que Gael,
el novio de su sobrina pequeña, se mudaba a Madrid, no dudó en ofrecerle su
casa una temporada. Le apetecía mucho conocer mejor a su sobrina, ya que
tristemente, solo había podido disfrutar de ellas en un par de ocasiones. La
última: aquel viaje que hizo junto su marido, Charles, a Italia aquel verano de
1989.
Viajar a Florencia era uno de los sueños que
ambos tenían pendientes, ya que tanto a ella como a Charles, les apasionaba el
arte; y además, aprovecharían aquel viaje
para conocer mejor a su familia y pasar un tiempo con ellos. Así que en
cuanto tuvieron el tiempo, y el dinero suficiente, prepararon las maletas y volaron hasta Italia.
Doña
Elena y su hermana pequeña, Mariana, no
se habían podido ver en todos aquellos años por circunstancias de la vida. Las habían
tenido que separar cuando apenas eran unas adolescentes, y desde entonces, no se
habían vuelto a reunir sino en un par de ocasiones.
Pero Elena no tardó en comprobar que la hermana que se
encontró en aquel lugar, no tenía nada que ver con la hermana que recordaba. En
lugar de la niña tímida y dulce que había dejado atrás, encontró a una mujer tosca y fría como el hielo.
Por suerte, Elena no tardó en darse cuenta
de que sus sobrinitas eran todo lo contrario
a su madre. Valeria y Carla se habían convertido en unas niñas sensibles
y muy cariñosas. Desde el primer día que las conoció, Elena no pudo evitar
sentirlas como parte de su ser. Nada que ver con lo que le hacía sentir su propia hermana. La decepción que se había
llevado con ella, era tan grande que la
tenía totalmente desconcertada.
Pero su hermana Mariana no solo era desagradable
con ellos. Lamentablemente, no tardaron en observar que con sus propias hijas
también era arisca y muy distante. Elena no podía entender como una madre podía
ignorar así las muestras de cariño que le brindaban sus dos preciosas hijas. En
todo el tiempo que estuvieron en aquella granja, no pudieron presenciar ni una
mísera muestra de amor por parte de su hermana hacia sus sobrinas. Elena nunca
antes se había sentido tan triste y decepcionada en la vida. Todo aquello le
había partido el corazón. Que fuera
brusca con ellos, podía entenderlo y hasta tolerarlo; ya que por las pocas
veces que se habían podido reunir, eran casi como dos desconocidas, pero que
fuera tan fría con sus propias hijas, era algo que su mente no lograba
comprender.
Y
aunque tanto Elena como Charles se esforzaron al máximo por adaptarse a aquella
granja, la realidad fue que no lograron
estar cómodos en aquel lugar ni por un
solo segundo. Así que al cuarto día, se inventaron una excusa y partieron rumbo
a Florencia, no sin por ello, dejar una parte de sus corazones con aquellas
preciosas niñas.
Aquella misma noche, cuando llegaron a
Florencia, ambos sintieron que ese viaje les marcaría de por vida sin saber
exactamente el por qué.
El hotel donde se hospedaron, resultó
ser el hotel con más encanto que habían visto nunca. El discreto
hotel Brunelleschi, con su vieja torre bizantina, estaba escondido en una
pequeña calle del centro de la ciudad, donde solo bicicletas y pequeños
autobuses eléctricos tenían permitido el acceso. Aquel lugar era una auténtica maravilla. No había visto nunca un lugar parecido, tan elegante y
acogedor. La habitación no era muy grande, pero estaba decorada de una manera
exquisita. La cama era inmensa, y cuando Elena vio la bañera, pensó que se iba
a desmayar de un momento a otro.
-
Pellízcame- le dijo con una enorme sonrisa
en la cara-, esto tiene que ser un sueño.
Charles la miraba con los ojos brillantes de
amor. Estaba muy feliz de verla por fin sonreír después de aquellos duros y
desconcertantes días que habían pasado en la granja. Si había algo en el mundo
que a Charles le hiciera ponerse triste, era ver a Elena mal. A veces la miraba
mientras dormía y pensaba que no se podía querer más a nadie. Sin duda, ambos
eran muy afortunados de tenerse el uno al otro.
Y a pesar de que Elena estaba realizando uno
de sus sueños al estar en Florencia, no podía evitar darle vueltas y más
vueltas a lo que había encontrado en la casa de su hermana. Lo que se suponía
que tenía que ser un viaje familiar para unir lazos y conocerse mejor, había
sido la peor experiencia de su vida.
-
Cariño, no lo pienses más. Hacía muchos años
que no os veíais y la gente cambia- dijo Charles en un intento de consolarla -.Os separasteis siendo muy pequeñas
y ya casi sois como dos desconocidas.
Después de tantos años de relación se
conocían a la perfección, y aunque Elena no verbalizara lo que estaba pensando,
Charles lo sabía perfectamente. Era
suficiente con mirarla a la cara para saber lo que estaba sintiendo en cada
momento. Además, para él también había sido impactante encontrarse con aquella
desagradable y fría mujer que había resultado ser su cuñada. Él había imaginado
que Mariana sería una versión un poco más joven de su querida Elena, pero nada
más lejos de la realidad.
-
Supongo que sí. Pero… ¿viste cómo hablaba a sus
propias hijas? Esas niñas son la dulzura personificada. ¿Cómo puede alguien
tratarlas así? ¡Es su madre! Si fueran mis hijas las colmaría de amor y de cariño.
-
No tengo la menor duda- y abrazándola tiernamente, la hizo
olvidarse por un rato se sus penas.
Cuando terminaron de hacer el amor, Charles le
susurro al oído:
-
Seguro que en este viaje encargamos un bebé
y podrás mimarlo y malcriarlo todo lo que quieras.
-
Pero… ¿eso no era en París?- Y ambos echaron a reír antes de quedarse completamente
dormidos, abrazados el uno al otro como habían hecho cada noche en los últimos
quince años.
Cuando despertaron a la mañana siguiente,
Elena salió disparada de la cama y, emocionada como una niña el día de Papa
Noel, descorrió aquellas pesadas y tupidas cortinas. El sol entró imponente
en la habitación, que al verse iluminada se tornó aun más bonita que la
noche anterior. Las vistas que vislumbraron, casi les hace llorar de la
emoción. Aquella habitación contaba con
una de las mejores vistas de la ciudad, y probablemente, con una de las
mejores vistas del mundo. La redonda cúpula de la catedral y la afilada
torre del Palazzo Vecchio destacan sobre un apretado mar de tejas rojas.
Fueron unos días realmente felices para
ambos. Florencia les pareció la ciudad más romántica y bonita del mundo. Pasearon
por sus recónditas y estrechas calles, visitaron sus magníficos museos,
contemplaron extasiados sus esculturas, probaron toda clase de pasta…Sin duda
alguna, fue el mejor viaje de sus vidas.
Si alguien les hubiera dicho que ese sería
el último viaje que harían juntos, no se lo hubiesen creído. Pero
desgraciadamente, así fue. Al poco tiempo de regresar a Madrid, Charles sufrió
un paro cardiaco y murió repentinamente.
De aquel fatídico día habían pasado ya doce
años, pero Elena seguía sintiendo su ausencia
segundo tras segundo. No pasaba ni un solo día en el que no lo recordará. El vacío que Charles había dejado era tan
grande que nunca nada había logrado mitigarlo. Al principio pensó que nunca lo
podría superar, pero la vida se encargó de hacerle ver que todo continúa para
bien o para mal. Nunca más se pudo volver a enamorar, simplemente era algo que
no concebía. Charles era el amor de su vida y así seguiría siendo, hasta que se
volverían a encontrar en algún otro lugar.
Por
eso, en cuanto su sobrina pequeña, Valeria, le contó por teléfono sus planes, una nueva ilusión asomó por su vida.
La idea de conocer mejor a su sobrina le apetecía muchísimo; y aunque ella de
momento no venía a Madrid, el hecho de poder conocer a su novio, también le
hacía mucha ilusión. Por ello no dudó ni por instante en ofrecerle su casa a
Gael, ya que de algún modo, tenerle cerca al él, sería como tenerla más cerca a ella.
Con
su hermana Mariana, apenas había mantenido el contacto; ya que si en persona
había sido fría, por teléfono era realmente gélida y sin ningún tipo de
conversación. Así que como es lógico, Elena se terminó cansando de aquellas
forzadas e incomodas llamadas, se dio por vencida y dejó de intentar acercarse
a su hermana.
Con
sus sobrinas fue todo un poco más fácil. Elena nunca logró sacarlas de su
corazón y puso mucho empeño para que no se distanciaran, así que durante todos
aquellos años habían conseguido mantener el contacto. Y aunque Carla y Valeria tampoco se
caracterizaban por su verborrea, a su
modo, siempre se mostraron cercanas y cariñosas con su tía.
Elena
nunca supo bien el por qué, pero cada vez que se acordaba de las dulces niñas
que había conocido en aquella granja, se le hacía un nudo en la garganta y se
le partía el corazón. Sin saber muy bien
el motivo, sentía que estaba en deuda con
sus sobrinas.
La
realidad fue, que Valeria y Carla, tampoco tardaron mucho tiempo en independizarse
e irse de aquella deprimente granja. Elena intuía que sus sobrinas nunca habían
llegado a ser felices allí.
Así que el hecho de que la vida, sin
esperarlo, les estuviera dando una nueva oportunidad de reencontrarse, le
parecía de lo más estimulante.
Hacía tiempo que Doña Elena no se sentía tan
feliz.