Habían
pasado ya dos semanas desde aquel encuentro inesperado con Matías, y aunque la
verdad era que se moría de ganas por volver a verlo, Carla no había
vuelto a pisar la cafetería de la esquina desde entonces. Cada vez que alguno
de sus compañeros de trabajo le proponía ir a por unos cafés, ella ya traía la
excusa preparada desde casa. No quería que la cogieran por sorpresa. Se ponía
tan nerviosa, que había decidido que lo
mejor era evitar todas aquellas situaciones en las que existirá alguna
probabilidad de coincidir con él.
¿Qué
demonios le iba a decir? Tan solo la mera idea de pensarlo le hacía sentir
ridícula.
Pero inevitablemente,
su repertorio de excusas se fue acabando. Ya no le quedaba imaginación para
seguir inventándolas casi a diario. No podía seguir negándose a ir a la
cafetería. Sus compañeros ya se estaban empezando a extrañar ante tantas
negativas. Así que como es lógico, llegó el día en que ninguna de sus
laboriosas excusas le sirvió para nada.
Silvia
cumplía años y Gio les habían dado a todos una hora extra en el desayuno para
celebrarlo. Acababan de terminar la presentación de la nueva temporada y había
salido todo a pedir de boca. Así que el histriónico diseñador, sin pensárselo,
les brindó alegremente aquella hora extra a todos sus empleados.
Camino de
la cafetería, Carla se empezó a encontrar muy mal. Estaba tensa, le costaba
respirar con normalidad, sudaba y no podía articular palabra. Tuvo suerte
porque nunca había sido especialmente habladora, así que ese pequeño detalle no
llamó demasiado la atención de ninguno de sus compañeros. Además, casi todos iban hablando entre ellos sin prestarle
demasiada atención. Así que Carla respiró hondo e intentó aparentar normalidad.
Miraba a los compañeros que tenía más cerca y les sonría como si estuviese
atenta a sus conversaciones. Nada más lejos de la realidad. No podía estar más
lejos de allí. Sus pensamientos estaban a años luz de aquellas conversaciones
entre compañeros de trabajo.
Ya solo
quedaban unos metros. Allí estaba el inconfundible rotulo verde de la
cafetería. Llegaron, abrieron la puerta, y cuando Carla pensaba que se iba a
desmallar de tanta tensión, observó que en el lugar donde debería estar Matías,
había una jovencita con el pelo teñido de rubio platino. Para su asombro,
aquello no la relajó. En el fondo, y pese a su absurdo nerviosismo, esperaba
encontrarlo allí. Lo buscó
disimuladamente por la estancia, pero allí no había rastro alguno ni de
Matías, ni de su preciosa sonrisa. Sintió como la desilusión y el desconcierto
se apoderaban de todo su ser.
Su grupo se
dividió. Unos se fueron a reservar mesas, y otros a por el pedido. Ella estaba
en el segundo grupo. Cuando ya habían hecho todo el pedido y esperaban a que los
llamaran para recogerlos, Carla no pudo, ni quiso, evitar oír la conversación
que estaban manteniendo dos camareros. En el fondo estaba pendiente de
cualquier detalle que le aclarara el por qué Matías no estaba en su puesto de
trabajo aquella mañana.
-
No sé cuándo volverá.
Supongo que aún tardara unos días en incorporarse.
-
A lo mejor ni vuelve.
Estaba destrozado. Pobre Matías. Ayer lo llamé pero no me cogió el teléfono y
tampoco quiero agobiarlo.
-
Sí, es mejor no
agobiarle.
Carla
sintió un escalofrió. ¿Y si le había pasado algo malo? De repente sintió una
gran necesidad de saber qué le pasaba, pero no podía interrumpir aquella
conversación y preguntarles a aquellos chicos así como así. Realmente no tenía
ningún derecho a ello. No era nada el uno del otro. Ni tan siquiera eran
amigos. ¡Apenas se conocían!
El resto
del día lo pasó totalmente mal humorada. No se podía concentrar en nada. Así
que por primera vez en su vida Carla hizo algo que nunca antes había hecho: le
dijo a su jefe que no se encontraba bien y se fue a su casa.
-
“Una cosa es que me
guste un desconocido, y otra muy distinta, que me preocupe así de él. ¿Qué demonios
me pasa?”
Se había
convertido en una auténtica obsesión. Carla ya no pudo pensar en otra cosa el
resto del día. ¿Cómo podía enterarse de lo que le había ocurrido a Matías sin
que resultara extraño?
Así que, no
le quedó otra opción, y al día siguiente sacó fuerzas de flaqueza, y haciendo
uso de una valentía hasta entonces desconocida para ella, se plantó en la
cafetería de la esquina. Necesitaba comprobar si Matías ya se había incorporado
al trabajo. Pero nada. Allí no había rastro alguno de él.
Cada día su
obsesión iba en aumento. Cada día lo mismo. Cada día esa chica rubia ocupando
el puesto de Matías. Todos los días la misma ausencia. Todos los días las
mismas dudas.
Entre la ansiedad que le estaba causando toda
esta situación tan extraña, y la excusa de que los bollos de la cafetería eran
los mejores para disimular su repentinas y continuadas escapadas a la
cafetería, su peso fue creciendo a la par que
su ansiedad.
Al octavo día, Carla ya no pudo soportar más
aquella incertidumbre. Estaba realmente preocupada ante la idea de que le
hubiera podido pasar algo malo a Matías. Apenas podía pensar en otra cosa, y el
no poder compartir sus miedos con nadie, la estaba desequilibrando demasiado.
Aquella locura tenía que terminar cuanto antes.
Era jueves
y Carla hizo lo mismo que todos los días: en la hora del desayuno, preguntaba a
sus compañeros si alguien quería algo de
la cafetería, y se iba hasta allí, deseando que ese día fuera diferente, y que
por fin, encontrará a Matías detrás del
mostrador.
Pero ese
día fue especial; ese día hubo una notable diferencia en su comportamiento:
cuando la sustituta de pelo teñido le preguntó qué quería, Carla le soltó de
sopetón:
-
¿Me podrías decir cuando
se incorpora Matías?
Para su
sorpresa, la voz le salió firme y segura. Y aquella chica, como si fuera lo más
normal del mundo, le contestó:
-
Pues la verdad es que yo
no lo sé, pero espera un segundo que le pregunto a mi compañero.
Y así fue
como Carla, escuchó por fin los motivos
de la ausencia de Matías y pudo despeJar todas aquellas dudas que la venían
amargando día tras día.
Se quedó
helada; porque entre todas las hipótesis que había barajado en su mente, esa
nunca fue una de ellas. No se esperaba aquella contestación. Ella se había
imaginado cualquier cosa, pero que se había muerto su madre era lo último que
esperaba escuchar.
Por un
lado, se sintió aliviada porque no le hubiera ocurrido nada grave a Matías,
pero por el otro, sintió como aquella noticia le afectaba más de lo normal. No
conocía de nada a Matías, pero le daba la impresión de que aquello tenía que
estar siendo muy duro para él.
Aquellos
amables chicos le habían dicho que no sabían cuando se incorporaba exactamente,
pero que creían que Matías no tardaría mucho más tiempo en empezar a trabajar.
Si Carla hubiera sabido que iba a resultar tan fácil saber lo que le ocurría a
Matías, se hubiera ahorrado ocho largos días de dudas y angustia.
Se dio la vuelta dispuesta a regresar a su
trabajo, sin darse cuenta, de que justo cuando abría la puerta cabizbaja para
marcharse, un ilusionado Matías entraba en la cafetería.
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