martes, 19 de junio de 2012

CARLA Y MATÍAS SEGUNDO ENCUENTRO



Habían pasado ya dos semanas desde aquel encuentro inesperado con Matías, y aunque la verdad era que se moría de ganas  por volver a verlo, Carla no había vuelto a pisar la cafetería de la esquina desde entonces. Cada vez que alguno de sus compañeros de trabajo le proponía ir a por unos cafés, ella ya traía la excusa preparada desde casa. No quería que la cogieran por sorpresa. Se ponía tan nerviosa, que  había decidido que lo mejor era evitar todas aquellas situaciones en las que existirá alguna probabilidad de coincidir con él.

¿Qué demonios le iba a decir? Tan solo la mera idea de pensarlo le hacía sentir ridícula.
Pero inevitablemente, su repertorio de excusas se fue acabando. Ya no le quedaba imaginación para seguir inventándolas casi a diario. No podía seguir negándose a ir a la cafetería. Sus compañeros ya se estaban empezando a extrañar ante tantas negativas. Así que como es lógico, llegó el día en que ninguna de sus laboriosas excusas le sirvió para nada.

Silvia cumplía años y Gio les habían dado a todos una hora extra en el desayuno para celebrarlo. Acababan de terminar la presentación de la nueva temporada y había salido todo a pedir de boca. Así que el histriónico diseñador, sin pensárselo, les brindó alegremente aquella hora extra a todos sus empleados.

Camino de la cafetería, Carla se empezó a encontrar muy mal. Estaba tensa, le costaba respirar con normalidad, sudaba y no podía articular palabra. Tuvo suerte porque nunca había sido especialmente habladora, así que ese pequeño detalle no llamó demasiado la atención de ninguno de sus compañeros. Además, casi todos  iban hablando entre ellos sin prestarle demasiada atención. Así que Carla respiró hondo e intentó aparentar normalidad. Miraba a los compañeros que tenía más cerca y les sonría como si estuviese atenta a sus conversaciones. Nada más lejos de la realidad. No podía estar más lejos de allí. Sus pensamientos estaban a años luz de aquellas conversaciones entre compañeros de trabajo.

Ya solo quedaban unos metros. Allí estaba el inconfundible rotulo verde de la cafetería. Llegaron, abrieron la puerta, y cuando Carla pensaba que se iba a desmallar de tanta tensión, observó que en el lugar donde debería estar Matías, había una jovencita con el pelo teñido de rubio platino. Para su asombro, aquello no la relajó. En el fondo, y pese a su absurdo nerviosismo, esperaba encontrarlo allí. Lo buscó  disimuladamente por la estancia, pero allí no había rastro alguno ni de Matías, ni de su preciosa sonrisa. Sintió como la desilusión y el desconcierto se apoderaban de todo su ser.

Su grupo se dividió. Unos se fueron a reservar mesas, y otros a por el pedido. Ella estaba en el segundo grupo. Cuando ya habían hecho todo el pedido y esperaban a que los llamaran para recogerlos, Carla no pudo, ni quiso, evitar oír la conversación que estaban manteniendo dos camareros. En el fondo estaba pendiente de cualquier detalle que le aclarara el por qué Matías no estaba en su puesto de trabajo aquella mañana.
-          No sé cuándo volverá. Supongo que aún tardara unos días en incorporarse.
-          A lo mejor ni vuelve. Estaba destrozado. Pobre Matías. Ayer lo llamé pero no me cogió el teléfono y tampoco quiero agobiarlo.
-          Sí, es mejor no agobiarle.

Carla sintió un escalofrió. ¿Y si le había pasado algo malo? De repente sintió una gran necesidad de saber qué le pasaba, pero no podía interrumpir aquella conversación y preguntarles a aquellos chicos así como así. Realmente no tenía ningún derecho a ello. No era nada el uno del otro. Ni tan siquiera eran amigos. ¡Apenas se conocían!

El resto del día lo pasó totalmente mal humorada. No se podía concentrar en nada. Así que por primera vez en su vida Carla hizo algo que nunca antes había hecho: le dijo a su jefe que no se encontraba bien y se fue a su casa.
-          “Una cosa es que me guste un desconocido, y otra muy distinta, que me preocupe así de él. ¿Qué demonios me pasa?”

Se había convertido en una auténtica obsesión. Carla ya no pudo pensar en otra cosa el resto del día. ¿Cómo podía enterarse de lo que le había ocurrido a Matías sin que resultara extraño?
Así que, no le quedó otra opción, y al día siguiente sacó fuerzas de flaqueza, y haciendo uso de una valentía hasta entonces desconocida para ella, se plantó en la cafetería de la esquina. Necesitaba comprobar si Matías ya se había incorporado al trabajo. Pero nada. Allí no había rastro alguno de él.

Cada día su obsesión iba en aumento. Cada día lo mismo. Cada día esa chica rubia ocupando el puesto de Matías. Todos los días la misma ausencia. Todos los días las mismas dudas.
 Entre la ansiedad que le estaba causando toda esta situación tan extraña, y la excusa de que los bollos de la cafetería eran los mejores para disimular su repentinas y continuadas escapadas a la cafetería, su peso fue creciendo a la par que  su ansiedad.

 Al octavo día, Carla ya no pudo soportar más aquella incertidumbre. Estaba realmente preocupada ante la idea de que le hubiera podido pasar algo malo a Matías. Apenas podía pensar en otra cosa, y el no poder compartir sus miedos con nadie, la estaba desequilibrando demasiado. Aquella locura tenía que terminar cuanto antes.

Era jueves y Carla hizo lo mismo que todos los días: en la hora del desayuno, preguntaba a sus compañeros  si alguien quería algo de la cafetería, y se iba hasta allí, deseando que ese día fuera diferente, y que por fin,  encontrará a Matías detrás del mostrador.

Pero ese día fue especial; ese día hubo una notable diferencia en su comportamiento: cuando la sustituta de pelo teñido le preguntó qué quería, Carla le soltó de sopetón:

-          ¿Me podrías decir cuando se incorpora Matías?

Para su sorpresa, la voz le salió firme y segura. Y aquella chica, como si fuera lo más normal del mundo, le contestó:

-          Pues la verdad es que yo no lo sé, pero espera un segundo que le pregunto a mi compañero.
Y así fue como Carla,  escuchó por fin los motivos de la ausencia de Matías y pudo despeJar todas aquellas dudas que la venían amargando día tras día.

Se quedó helada; porque entre todas las hipótesis que había barajado en su mente, esa nunca fue una de ellas. No se esperaba aquella contestación. Ella se había imaginado cualquier cosa, pero que se había muerto su madre era lo último que esperaba escuchar.

Por un lado, se sintió aliviada porque no le hubiera ocurrido nada grave a Matías, pero por el otro, sintió como aquella noticia le afectaba más de lo normal. No conocía de nada a Matías, pero le daba la impresión de que aquello tenía que estar siendo muy duro para él.

Aquellos amables chicos le habían dicho que no sabían cuando se incorporaba exactamente, pero que creían que Matías no tardaría mucho más tiempo en empezar a trabajar. Si Carla hubiera sabido que iba a resultar tan fácil saber lo que le ocurría a Matías, se hubiera ahorrado ocho largos días de dudas y angustia.

 Se dio la vuelta dispuesta a regresar a su trabajo, sin darse cuenta, de que justo cuando abría la puerta cabizbaja para marcharse, un ilusionado Matías entraba en la cafetería.






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