lunes, 5 de marzo de 2012

Robert...otro personaje de ¿ Puede Haber algo peor?


ROBERT
La verdad era que no podía seguir así. Era sábado
y había decidido quedarse en casa y no salir de
fiesta con sus amigos. Estaba cansado, y además,
Alba, su amor platónico desde la guardería, se estaría
morreando con su nuevo novio. Lo último
que le apetecía era contemplarlo.
Se dio una ducha y cuando se disponía a leer
un rato en la cama, oyó la cerradura de la puerta
principal. Alguien quería entrar pero no atinaba
con la llave. El corazón le dio un vuelco y empezó
a latirle a mil por hora, sus músculos se tensaron
automáticamente.
Le pareció escuchar a su madre levantarse rápidamente
del sillón y salir corriendo hacia la cocina.
Si su marido llegaba y la encontraba viendo
la tele se enfadaría , y si además el «caballero»
venía con unas copas de más, se podía armar bien
gorda.
Robert estaba harto de la situación que se vivía
en su casa. Ya había cumplido 20 años, y desde
que tenía uso de razón, recordaba a su madre
como una mujer infeliz, sumisa y atemorizada por
las reacciones de su marido.
En un par ocasiones su padre le había levantado
la mano, pero casi siempre volcaba su frustración
contra su esposa. Con él no se atrevía desde
que cumplió los 10 años. Era lo que más rabia le
daba: encima era un cobarde.
Había contemplado cómo pegaba a su madre
«únicamente» en dos o tres ocasiones.
Su padre siempre se aseguraba antes de que él
no estuviese en casa cuando lo hacía, pero paradójicamente,
las veces que lo contempló, no fueron las
situaciones que más le dolieron. Le dolía mucho más
ver una y otra vez cómo la trataba, cómo le hablaba,
las continuas e injustificadas humillaciones, las
malas contestaciones, los insultos, los desprecios…
Al principio, cuando era solo un niño, sentía un
gran temor hacia ese señor que era su padre y que
se suponía que tenía que querer, pero la realidad
era que apenas lo conocía. Se limitaba a llegar del
trabajo cansado y solo abría la boca para quejarse
de lo fría que estaba la cena, de lo alta que estaba
la tele, de lo baja que estaba la radio, de lo caliente que estaba la cerveza…
Robert le tenía auténtico miedo. Cuando fue
creciendo el temor dio paso a la indignación, pero
esta vez hacia su madre. ¿Cómo toleraba ese trato?
¿Cómo lo aguantaba durante tantos años una
y otra vez? ¿Por qué seguía a su lado?
Tenía tantas preguntas que nadie le contestaba
nunca. Cada vez que intentaba hablar con su madre
y abrirle los ojos, ella se limitaba a cambiar de
tema o a justificarlo.
—No es mal hombre, trabaja mucho y viene
cansado.
Se ponía nerviosa y cambiaba de tema lo más
rápidamente que podía. Pero Robert ya estaba cansado
de oír siempre la misma absurda y estúpida
frase.
Así que todo ese temor dio paso a una gran rabia
contra su madre, que con el paso de los años,
como es lógico, pasó a convertirse en una gran
pena, por su madre pero sobre todo por el infeliz,
frustrado y amargado ser que era su padre.
Oyó como por fin conseguía abrir la puerta,
y, dando tumbos, se dirigió hacia la cocina. Lo siguiente
que recuerda es un gran estrépito y un
aterrador ruido de platos rotos.
Consiguió levantarse y asustado abrió la puerta
de la cocina. Lo que vio le dejó marcado para
siempre. Su madre estaba en el suelo a cuatro patas y su padre la cogía por el cuello, obligándola a
comerse la comida que se había caído. La escena
era tan dura que su cerebro tardó unos segundos
en reaccionar, pero cuando lo hizo ni se lo pensó.
Poseído por la enorme rabia que había reprimido
durante tantos años, se dirigió con paso firme
hacia su padre, lo incorporó y de un puñetazo, rápido
pero consistente, lo dejó tirado en el suelo
sangrando por la nariz. Los gritos de su madre le
hicieron volver a la realidad y con tranquilidad,
como si estuviera flotando, se dirigió hacia el teléfono
y llamó a una ambulancia.
En las tres semanas que estuvo su padre ingresado
no fue a visitarlo ni una sola vez, se dedicó
a buscar piso y se fue de casa para siempre. No
lo había hecho antes por su madre, temía por su
seguridad, pero después de este fatal incidente se
dio cuenta de que ya nada mas podía hacer por
ella. Fuera por lo que fuera, y por algún extraño
motivo que ni los mejores psicólogos podían explicar,
ella seguía al lado de ese hombre que la
maltrataba y humillaba a diario. Además, si se
quedaba en su casa, no sería responsable de lo
que le podía hacer a su padre la próxima vez que
la agrediera. Estaba dispuesto a matarle si hiciera
falta.
Sentía un gran odio en su interior, a veces hacia
su padre, a veces hacia su madre, pero sobre todo
hacia el mismo, por no haber conseguido salvar a
su madre de aquel tormento.
Pronto empezó a trabajar y a estudiar la carrera
de Derecho. No tardó en enamorarse de una
chica de su facultad. Era alta y guapísima, pero
nadie entendía cómo un chico tan inteligente y
agradable podía aguantar los continuos desaires
de aquella chica tan prepotente y consentida.
Marisa, así se llamaba, era hija única. Su madre
había muerto cuando ella solo contaba con 8
años. Su padre para evitar su sufrimiento, le consentía
absolutamente todos los caprichos. Pasaba
mucho tiempo fuera de casa trabajando, así que
para borrar el sentimiento de culpabilidad que tenía,
la complacía con todo lo que la niña quería.
Era viernes ,y Robert hacía dos meses que tenía
compradas unas entradas para la ópera. Era misión
imposible conseguirlas, así que estaba muy ilusionado
con el plan y con darle una sorpresa a Marisa.
Cuando pasó por su casa a recogerla aún no estaba
vestida y hablaba con su amiga por teléfono.
—Davinia, ya te he dicho que ese color no te favorece
nada. ¿Qué más te has comprado?.....esa
tienda es súper vulgar.
Robert empezaba a impacientarse, pero no le
decía nada por miedo a que se enfadara, tenía que
reconocer que su chica poseía un carácter difícil.
Pero al ver que no se disponía a colgar, le hizo
un gesto con la mano en señal de que llagaban
tarde.
—Davina, espera un segundo por favor.
—¿Qué quieres? ¿No ves que estoy hablando?
—dijo con la cara torcida en un gesto de desprecio.
Robert se limitó a sentarse y esperar. Ella seguía
conversando tranquilamente con su amiga,
¡ahora estaban hablando de no sé qué concursante
del gran hermano!
—Por favor Marisa, quedan 15 minutos para
que comience la función, llegaremos tarde —le
suplicó con la cara más tierna que pudo.
—Te tengo que dejar, el pesado de Robert me
quiere dar una sorpresa, seguro que me lleva al
cine a ver una de esas pelis cursis que tanto le gustan
—y tras un rato de risitas tontas por fin colgó.
—A la ópera….—quiso corregir él, pero ella ya
se había ido hacia la habitación.
Tras otros 10 minutos de espera interminable,
salió.
—No sé qué ponerme, no tengo ropa —dijo
haciendo pucheritos.
Robert se dio cuenta de que ya no llegarían a la
ópera, y resignado, guardó las preciadas entradas
en su cartera donde se quedarían sin usar para
siempre.

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