lunes, 30 de septiembre de 2013

MATIAS

MATÍAS.
Hacía ya tres años que le habían diagnosticado cáncer a su madre. El primer año había sido muy duro. Primero asimilar la mala noticia, y segundo, enfrentarse a una vida repleta de médicos, hospitales y sesiones de quimioterapia, que dejaban a su madre muy desvalida y sufriendo muchísimos efectos secundarios. 
Después vendría la complicada operación donde por fin pudieron extraerle toda la masa tumoral que le quedaba en el cuerpo.
El ser tan consciente de que podía perderla, le hizo madurar de golpe. Matías pasó de ser un joven alegre y desinhibido, a ser un chico introvertido y reservado, sin más vida social que la de ir a los hospitales con su madre.
El segundo año fue muchísimo mejor. En sus revisiones mensuales todo salía a la perfección. No había rastro alguno de células cancerígenas. Así, que su madre, fue recuperándose en todos los sentidos. Aquella preciosa melena que siempre le había caracterizado, volvió a crecer en todo su esplendor, y su salud y su personalidad, poco a poco fueron siendo las mismas de siempre.
 Su madre no fue la única que aprendió a ver la vida de otra manera. Matías, pese a su juventud, también aprendió a valorar las cosas importantes. Ahora, el pasar tiempo con sus seres queridos era fundamental para él. Todo el tiempo que le dejaban sus estudios y su trabajo en la cafetería, lo dedicaba a estar con los suyos.
Así que sin imaginarlo, ese fue un año lleno de alegrías. Todo se había solucionado.
Matías se pudo centrar por completo en sus estudios de arquitectura y pudo mantener su puesto de trabajo en la cafetería. Su madre era empresaria, pero desde que le diagnosticaron la enfermedad, no había podido hacerse cargo de sus negocios y los había tenido que traspasar. Así que Matías necesitaba ese trabajo. Tenía la suerte de que disfrutaba mucho con él. Le gustaba el trato con los clientes, y además sus compañeros tenían casi todos la misma edad, por lo que el clima laboral era muy distendido.
Su padre los había abandonado cuando él era muy pequeño, así que siempre habían sido únicamente ellos dos para todo: su madre y él. Su madre y él siempre juntos para todo.

Una mañana de lunes, Matías pidió libre en el trabajo para llevar a su madre al hospital a hacerse su rutinaria revisión. No podía evitarlo, siempre que tocaba la dichosa revisión, sus nervios se descontrolaban.
Hacia un año que todo había pasado, pero el miedo y la duda siempre afloraban a la mínima de cambio. Ese día estaba especialmente nervioso sin saber por qué.
Cuando llevaban ya un rato esperando los resultados, la oncóloga que había llevado su caso desde el principio, los llamó. Entraron en su despacho y Matías sintió que su mundo se desmoronaba como un castillo de naipes. La cara del médico era un poema, y sin necesidad de verbalizar nada, lo decía todo.
Quiso parar el tiempo y congelar ese momento,  para que aquella mujer de bata blanca no abriera la boca y destrozara sus vidas para siempre. Todo pasó muy despacio, pero pasó.
-          La masa tumoral ha vuelto a desarrollarse y………………..
Matías ya no pudo oír nada más de lo que aquella señora estaba diciéndoles. Un pitido se implantó en su mente. Miró a su madre que tenía los ojos muy abiertos y una expresión de pánico en el rostro, y supo que sus vidas volvían a cambiar para siempre. No lloró, no gritó, no pudo decir nada…
Por el contrario, su madre sí lloró, sí gritó y sí pudo decir algo:
-          ¿Por qué a mí? ¿Por qué a mí?.......
Tuvieron que llamar al psicólogo de guardia e introducirle un tranquilizante debajo de la lengua. Matías sin embargo estaba frio como el hielo y no pudo reaccionar de ningún modo.
Y así fue como el tercer año volvieron al inicio: largas e interminables horas en el hospital. Vuelta a la batalla.
Matías odiaba los hospitales, sobre todo su olor. En cada una de esas  frías y feas habitaciones, había una triste historia que escuchar. Para colmo te cobraban hasta para poder ver la televisión.
Señores pacientes. Esta usted en un centro hospitalario. Aquí intentaremos curarle de su enfermedad, pero si ya quiere usted alguna comodidad extra para que su estancia aquí se más llevadera, tiene usted que pagar”.
 Le daba tanta rabia. ¿No se suponía que tenían que hacer lo posible por mejorar un poco la calidad de vida de esas personas que ya de por sí lo estaban pasando tan mal? No entendía como alguien podía hacer negocio en situaciones así. La persona que hubiera tenido la brillante idea estaría contenta consigo mismo.
Pero había una cosa por encima de todas que a Matías le daba especialmente rabia: las enfermeras. Odiaba a la mayoría de ellas. No entendía cómo podían ser tan antipáticas y ariscas con ellos. Él suponía que si estaban ejerciendo esa profesión era por vocación de ayudar al prójimo. Pero por algún extraño motivo, las enfermeras que él había conocido, eran en su gran mayoría unas amargadas que descargaban sus frustraciones con los familiares, o peor aún, con los pacientes del hospital.
Una tarde en la que su madre estaba especialmente delicada. Entró una enfermera a cogerle la temperatura. Primeramente entró dando un portazo, haciendo que su madre se despertara bruscamente de ese sueño que tanto tiempo le había costado conciliar. Segundo, le levantó violentamente el brazo y le metió el termómetro debajo del sobaco cómo si de un cochino se tratase, mientras su madre apenas  había tenido tiempo de despertar de su sueño. Matías se tenía que morder la lengua porque su madre se disgustaba mucho cuando él, ya cansado de aguantar ese trato, les llamaba la atención. Así que por hacerle el gusto, se tenía que aguantar y ver como los maltrataban sin poder hacer nada.
-          ¿Qué vas a querer de merendar hoy?- oyó que le preguntaba aquella enfermera sin tan siquiera  mirarla a los ojos.
Ese día su madre estaba respirando con mucha dificultad y le habían puesto oxígeno.
-          Un vaso de leche y una magdalena, por favor- contestó su madre con dificultad por aquella máscara de oxigeno que le tapaba la boca y la nariz al completo.
-          Si no te quitas la máscara no te entiendo- dijo aquella bruja con bata azul con muy mal tono.
Aquello fue el colmo. Matías sintió como un escalofrió de mala leche se apoderaba de su ser y no pudo contenerse más. Puso tan firme a aquella enfermera, que nunca nadie más en aquel hospital se atrevió a tratar con brusquedad a su madre, y por ende, a la que tuviera como compañera de habitación. Era lo único que le faltaba. Ellos, que en su mayoría eran familias rotas y asustadas por la enfermedad de sus seres queridos, y que vinieran aquellas enfermeras y les tratasen como a delincuentes. Ni a los presos hay que tratarlos con tan poco tacto- repetía Matías muchas veces.
Y así iban pasando los días. Uno tras otro. Cada día con menos esperanzas de que aquella enfermedad les dejara tranquilos. Se le hacía muy duro ver a su madre apagarse. Lo que peor llevaba de todo, era ver como los dolores  iban en aumento. No podía verla sufrir así. Y aunque Matías nunca verbalizaba la posibilidad de perderla, él sabía que esa opción existía aunque nadie se atreviera a decirlo en voz alta. Si lo decía en voz alta era como si se hiciera real de algún modo. Así que todos intentaban evadir el tema y sonreír.
Su madre era todo su mundo. Matías no se podía imaginar una vida sin ella. Era una gran mujer y, paradójicamente, la persona más vital que  había conocido jamás. Siempre alegre, siempre con palabras de ánimo para todos, siempre con una sonrisa en la cara. Hasta en los momentos más duros, ella lograba sacar una sonrisa a quien tuviera al lado. Por eso, Matías, se consolaba pensando que el cáncer no podría con ella. Pero cada día estaba más débil, cada día más delgada, cada día se iba apagando un poco más.
Matías tuvo que aparcar la carrera por un tiempo, así que repartía su tiempo entre hospitales, sesiones de quimio y la cafetería. No podía perder aquel empleo, y en el fondo, estaba agradecido de contar con algo que mantuviera su mente ocupada por unas horas. Si no hubiera sido por esas horas de distracción, se hubiera vuelto loco.
Cada mañana la misma rutina. Se levantaba de madrugaba. Se ocupaba de dejar a su madre preparada hasta que viniera la enfermera que les echaba una mano con todo, y se iba camino del trabajo en la línea 11.
Todas las mañanas caminaba hasta la parada y, como un zombi, se sentaba al lado de la ventana. Nunca había estado tan triste. Sus amigos se estaban portando muy bien con él, pero Matías solo quería estar junto a su madre. El pensar que la podía perder le daba mucho vértigo y quería pasar junto a ella el máximo tiempo posible.
Aquella mañana hizo el mismo recorrido de todos los días. Estaba lloviendo un poco, y el día estaba más gris aún de lo que ya estaba en su interior.  Tenía la cabeza apoyada en el cristal de la ventana y escuchaba TRAVIS en su ipod, cuando de pronto, la vio.
Una chica llamó su atención. Iba con un gorro de lana de color amarillo y caminaba lentamente; al contrario de las demás personas que caminaban a paso rápido refugiados debajo de sus paraguas. Ella no. Ella no llevaba nada que la protegiera de la lluvia. Al contrario, iba despacio y parecía estar disfrutando. No pudo apartar sus ojos de aquella enigmática chica.
Al día siguiente, Matías ya la había olvidado cuando la volvió a ver. El mismo ritmo, el mismo misterio. Ese día no llovía pero ella seguía tan ausente como el día anterior. Llevaba una falda a media rodilla y una chaqueta muy original color verde botella. Tenía algo diferente e incluso divertido. No pudo quitarle la vista de encima.
Al día siguiente lo mismo. Y al otro…y al otro…..así pasaron alrededor de seis meses. Cada día una ropa distinta, pero cada día su expresión era la misma: una mezcla de paz y de melancolía. Cada vez le gustaba más aquella chica. Ya le parecía que formaba parte de su vida. Era algo cotidiano dentro de su rutina. El toque de color entre tanto gris. No tardó en comprender que el contemplar a aquella chica desde el autobús era lo más emocionante de su día a día.
Matías se preguntaba qué a dónde se dirigiría aquella chica a diario. Se preguntaba que cómo se llamaría. Se preguntaba cuantos años tendría. Se preguntaba  si tendría pareja. Se preguntaba si sería feliz……Se preguntaba muchas cosas sobre aquella desconocida. Y así fue haciéndose una idea imaginaria de la vida de aquella bonita chica que le acompañaba en sus pensamientos un día tras otro.
 Unos días se la imaginaba en una oficina, otros días era abogada, otros días psicóloga, otros días profesora... Y así un sinfín de oficios y de nombres imaginados para ella.
Una mañana de primavera, su madre se levantó especialmente mal y la llevó a urgencias donde la mantuvieron en observación. Al ver que sus plaquetas estaban más bajas de lo normal, decidieron ingresarla.
Matías estaba muy asustado. La idea de poder perderla era demasiado dolorosa. Apenas podía reprimir las lágrimas. Se dirigió al trabajo dispuesto a dejarlo todo. No tenía fuerzas para trabajar. No tenía fuerzas para nada. No quería seguir viviendo así. El ver a su madre cada día peor no era vida.
 El autobús paró, recogió a los viajeros. y para su sorpresa, el autobús se iluminó a la misma vez que su alma: allí estaba aquella chica.
Sin poder controlarlo una sonrisa asomó en su cara. No se lo podía creer. Aquello sí que era una novedad. En todo aquel año nunca antes la había visto coger ese autobús.  No podía dejar de mirarla. Ahora que la tenía tan cerca no podía evitar observarla. Seguía manteniendo esa aura de tranquilidad y melancolía en la cara. Se puso muy  nervioso al ver como ella venía directa hasta donde él estaba. Matías reparó en que no había ni un solo asiento libre. Como un acto reflejo se levantó y, amablemente, le ofreció el suyo.
El corazón le iba a mil por hora. Si de lejos era guapa, de cerca era realmente preciosa. Todos sus gestos eran delicados y elegantes.  Matías estaba tan absorto en sus pensamientos que no oyó como aquella chica denegaba su amable ofrecimiento. Así que ella, al ver que él se había levantado de todas maneras, no tuvo más remedio y se sentó en el asiento que él le ofrecía.
Cuando aquella chica pasó por su lado, una dulce fragancia acaparó todos sus sentidos. En ese mismo instante, Matías no tuvo ninguna duda: se había enamorado de aquella desconocida tan familiar.








lunes, 29 de julio de 2013

¿ PUEDE HABER ALGO PEOR? CAPÍTULO 3.

                                               3

Sentía una mezcla de ilusión y desgana ante la idea de volver a casa. Por un lado, no había vuelto a pisar la casa familiar desde que mi padre se fue a vivir a un piso “pequeño pero elegante” (según las palabras textuales de mi madre) de plaza Castilla. Mi madre por “no separarse mucho de sus clases de gimnasia” (palabras textuales de  mi padre) se había quedado con el chalet de La Moraleja. En un principio me preguntaba cómo sería la casa sin la presencia de mi padre, pero después me di  cuenta de que sería exactamente igual. Él nunca estaba antes en casa así que no se notaría una gran diferencia.
Nada más aterrizar y encender el teléfono sonó un mensaje. Era mi madre que alegremente me avisaba de que Carlos iría a por mí al aeropuerto. No me sorprendió lo más mínimo. Muy típico en ella. Después de 11 meses sin ver a su hija tiene que enviar a Carlos a recogerme. Tampoco me sorprendió sentir más alegría por la idea de ver al amable Carlos que a mi propia madre. Carlos lleva trabajando en nuestra familia desde que tengo uso de razón. Se encarga del mantenimiento de los jardines, de las instalaciones, de lavar los coches, los perros, los gatos, las flores, las sillas, las mesas, los gatos otra vez, los lagartos que cazan los gatos, de coger la correspondencia, de mandar la correspondencia, de recoger a los invitados en el aeropuerto, de volverlos a llevar y de todas las funciones que pudieran surgir. Con los años había pasado a ser parte de la familia (por lo menos para mí) y me hacía ilusión que me recibiera él.
Me esperaba con un gran sonrisa y un educado- ¿cómo esta señorita? Le correspondí con un gran abrazo y nos fuimos para la Moraleja: ese lugar que durante tantos años me había visto crecer y que ahora se presentaba ante mí de una manera tan extraña.
Mi madre nos esperaba en la puerta. Parecía todo parte de un decorado. Ella, impecable de arriba abajo, ni un pelo fuera de lugar, perfectamente vestida y maquillada. Tengo que reconocer que es de una gran belleza, aunque, para mi gusto, muy recargada siempre de maquillaje, joyas y peinados imposibles. Algunas mañanas me la cruzaba por los pasillos  recién levantada y me parecía de una belleza sublime, aunque la verdad es que eran muy pocas las veces  que  ocurría porque ella nunca se dejaba ver “sin arreglar”.
Lo primero que me dijo fue:
- Pero hija… ¿no comes bien allí? Mira que pintas traes.
Tras unos minutos de forzada y superficial conversación, me retiré con la excusa de estar cansada por el viaje.
No tenía por qué afectarme, pero la realidad era que me afectaba y mucho. Era mi madre y el hecho de que no nos conociéramos a penas me provocaba mucho dolor. Tenía tantas cosas que podía contarle de mi estancia en Chile, tantas cosas que preguntarle: si era feliz sin papá, si le gustaba su vida, si me había echado de menos. Llegué a la conclusión de que, seguramente, lo menos doloroso para todos era seguir fingiendo que todo estaba bien y no llegar a saber nunca las respuestas a todas esas preguntas.
 Decidí que no me iba a arruinar la llegada a Madrid y, acto seguido, me puse en contacto con Sandra. Sandra es mi mejor amiga desde hace mucho tiempo. No es de la misma urbanización pero nos conocimos en el colegio. Su madre era miembro del equipo de limpieza y por eso le correspondía una plaza. Era el colegio mas pijo de la cuidad. Siempre supe que era diferente al resto de las compañeras.  Sandra tenía algo salvaje y natural que me atrajo desde el primer momento. Llegó unos días después del comienzo de las clases e interrumpió una lección de música:- Hola niñas, esta es la nueva compañera, Sandra.
No podía dejar de mirar su revoltoso pelo rubio, pero no un pelo rubio liso y brillante como el de las demás niñas: el pelo de ella era grueso, de un rubio quemado por el sol y ondulado. Tenía una cara preciosa, con unos ojos grandes y amarillos que siempre tenía muy abiertos para no perderse nada de lo que pasaba a su alrededor. Con el tiempo descubrí que sería una de las chicas más inteligentes que conocería nunca. Su bonita cara quedaba descompensada con su cuerpo. Era muy tosca y masculina en sus gestos. Le encantaban todos los deportes: Desde el fútbol hasta la petanca. Pronto nos hicimos grandes amigas, para el disgusto de mi señora madre.
Mi amistad con Sandra es una de las pocas cosas que les he impuesto a mis padres. Tuve claro que esa niña iba a ser mi amiga, les gustase o no. Tras muchos intentos de separarnos y hacernos la vida imposible, mi madre cedió ante la realidad y resignada aceptó nuestra amistad.

Creo que con el tiempo mi madre ha aprendido a entenderla y, aunque nunca lo ha confesado, sé que le tiene  cariño.
A pesar de haber crecido juntas, somos muy diferentes. Sandra era totalmente impulsiva, desorganizada y dejaba todo para el último momento. Recuerdo cómo en verano iba sin depilar a la piscina cuando todos los chicos de la urbanización estaban allí:
-No me ha dado tiempo de depilarme, ¿Qué quieres, qué deje de venir a darme un baño porque estos me pueden ver los pelos? ¿Y ellos? ¡Mira que pelos llevan!  Y se quedaba tan tranquila tomando el sol.
 Lo que más impactaba en ella era la seguridad en sí misma. Con sus pelos y todo, se llevaba a los chicos de calle. Siempre le gustó tratarlos como clínex. Los usaba y cuando se aburría de ellos, los tiraba. Sandra siempre me eclipsó en lo referente a los chicos. Yo nunca tuve mucho éxito con ellos. Entre mi gran timidez y su gran carisma no tenía nada que hacer, pero a mí siempre me dio igual porque  con sus historias me reía tanto que disfrutaba mucho más que con las citas reales.
De los motivos por los que por fin me decidí a volver a Madrid ese verano, el de reencontrarme con Sandra era el que más peso tenía.  Al cumplir los 17 años Sandra se fue a vivir con su padre a Brasil y nos separamos. Creo que nunca había estado tan triste. La echaba muchísimo de menos y ninguna amiga se le parecía en lo más mínimo. Todas me parecían aburridas y superficiales, todo el día hablando de ropa y de chicos. Estaba totalmente fuera de lugar hasta que me aceptaron en la Universidad de Oviedo y pude respirar tranquila una temporada lejos de La Moraleja y sus “moralejos”.
Y de repente, una llamada diciéndome que pasaría todo el verano en Madrid. Así que era el momento perfecto de regresar. Hacía ya cuatro años que no nos veíamos y lo estaba deseando. En todo este tiempo me había tenido informada de sus andanzas por Brasil.
 Sandra es una  chica sexualmente muy abierta. No he conocido nunca a nadie igual. Me di cuenta de que aún quedaban unas horas hasta que  pasara a recogerme, así que encendí mi ordenador y busqué aquellos locos emailes que tanto me hacían reír. La verdad es que hacía ya bastante tiempo que había dejado de escribirme porque decía que ya casi no tenía tiempo y, la verdad, es  que era una pena porque aparte de hacerme reír mucho, era una manera de sentirla más cerca de mí.
No tardé en encontrarlos así que me puse a leer uno de los primeros emailes que me envío cuando  iba solo  a Brasil por vacaciones.
SANDROTA IN BRASILIAN.
Matando los virus
¿Te acuerdas cuando te conté que estaba enfermita? Bueno, pues pase un día de mierda, todo el día metida en casa con una fiebre de mil demonios y con unos mimos.... Me quedé en casa limpiando, con la esperanza de que alguno de mis “cutreligues” apareciese para cuidarme, pero nada. Ahí no apareció ni Dios. Me entró un bajoncillo de esos típicos de la gripe. Por la tarde  me empecé a encontrar mejor y decidí meterme al agua a ver si así se me pasaba un poco el bajoncillo. Había unas olas súper buenas y cogí un par de ellas, cosa que me alegro un poco el día. Dentro del agua me encontré con mi primer “cutreligue” (el que la  tenía pequeña). Dentro del agua estuvimos hablando y de buen rollito. Al salir del agua el chico me invitó a cenar y pensé que me vendría bien para despejarme.  Me fui a casa y me puse guapetona. Bajé a la plaza del pueblo a tomar un par de cervezas con mi amiga y a esperar al “cutreligue” number one (voy a empezar a enumerarlos para no hacernos un lío) En la plaza del pueblo me encontré con el number two. Me preguntó:
- ¿Qué tal, ya te encuentras mejor?- Y yo pensé: -ah muy bien, muy bonito. Así que sabía que estaba enferma en casa y no es capaz de hacer una visita? ¡Capullo!
Y yo contesté:
- Sí, ya me encuentro mejor. He bajado a tomar unas cervezas a ver si así mató los virus con el alcohol.
Llegó el “cutreligue” number one y nos fuimos a cenar. Después, dimos una vuelta por la playa a la luz de la luna, con todo el cielo estrellado y ahí el tío aprovechó para  meterme el morro. Pero le hice una cobra de las mías. Que soy débil, pero lo del micropene  no se me olvida.
 Y nada, le dije que mejor nos quedásemos como amigos. Después volvimos para la plaza del pueblo y pillamos un litro. La cosa se empezó animar y la plaza se empezó a llenar de peña guapa. Me fui al súper a pillar otro litro. Entonces, en el supermercado a la salida, había un grupito de tíos que me dijeron: bonita camiseta. Y empecé a hablar con ellos. Me senté y comencé a beberme el litro. Uno de ellos hablaba español con acento argentino. Era gracioso. Otro de ellos era de Natal y tenía un cuerpazo.... y una cara en plan tipo Clark Kent, pero un poco hortera vistiendo, en plan a lo “chulo puta”. Cuando me quise dar cuenta pensé:
¡Ostias! pero si tengo al “cutreligue” number one esperando en la plaza y, a lo que volví a por él, me encontré con el despechado “cutreligue” number three (con ese que no sé si te acuerdas que te conté que no me hablaba). Ahí lo paré y le dije:
- ¿Tú qué pasa, que no saludas o qué? Y ahí el tío aflojó su orgullo de machito y me dio dos besos. Empezamos a hablar y me quedé con él en la plaza porque estaba con tres argentinos (de los cuales uno estaba para hacerle un favor). Me quedé hablando con los argentinos y el tío desapareció. Parece que apareció su ex-novia y se quedo hablando con ella. Ahí me fui con los argentinos de fiesta y en la calle donde hay marcha me encontré con mi amiga, que se había mosqueo con el novio y decidió ahogar las penas como yo. Nos fuimos a una discoteca y empezamos a bailar y tomar chupitos de kashahsha. Todo, con la intención de matar los virus. Estaban los argentinos pero en plan a lo soso: sin bailar ni nada y no hay cosa que menos me guste que un tío soso, así que descartado el argentino. También estaban los brasileños con los que me quedé hablando en el súper y el Clark Kent chonurcio. Empecé a bailar con él y ya me empezó a arrimar toda la cebolleta y yo ¡cómo no! me dejé querer. Empezamos a bailar en plan “Dirty Dancing” en medio de la disco y a besarnos. El tío era un mulo de dos metros de alto por dos de ancho. Ahí me acojoné y le hice el regate de Romario. Me quedé con mi amiga y apareció el despechado, que por cierto se llama Jean Carlos. Estaba todo embajonado. Venía de hablar con la ex novia y decidí animarlo. Empezamos a bailar y el alcohol corría como el agua. Ahí mi amiga se piró para casa y me dejó sola con él. Se acabó la música y salimos del bar a terminarnos la última. Nos fuimos a su casa a continuar con la fiesta. Estuvo divertido: empezamos a bailar, el tío se puso una peluca y yo unas gafas en plan “Locomía”... Después me intentó besar por quinta vez en la noche y ahí me dejé. Ya sabes que soy débil con una par de cervezas, pues ya con alcohol del duro ni te cuento. Nos fuimos a la habitación con la sorpresa que cuando se quita el pantalón: ¡Meu Deus! ¡Tremenda cobra que tenía el tío entre las piernas! Yuhuuuuuuuu. ¡Al fin algo bueno me tenía que pasar! El tío, al día siguiente, me hizo el desayuno y me echó otros cuatro polvos. Vamos… que me fui a casa contenta después de varios orgasmos. El tío me invitó a cenar esa misma noche, cosa que ya no me hizo mucha gracia porque como ya bien sabes no me gusta pasar tantas horas con la misma persona. Pero en el momento le dije que si por compromiso. Ya me inventaría una excusa después. Me eché un rato a dormir y después me fui a surfear, ya sin virus en mi cuerpo, o eso creía. Una vez dentro del agua me empecé a encontrar fatal. Me empezó a doler todo el cuerpo y me fui para casa.
¡Vaya mierda! Tanto alcohol ingerido para matar los puñeteros virus y luego cagarla así.
 Me vine a casa a hacerme un buen zumo de frutas tropicales y ahí me llamó Jean Carlos para invitarme a cenar.
Ya está. Ya tenía la excusa perfecta; estaba enferma. Aun así, él insistió:
- Pero puedes comer ¿no? Ahí exageré para librarme de la cita:
- No, es que estoy con fiebre. Me voy a quedar en casa toda la noche. Ahí el me dijo:     -Está bien, no pasa nada. Si te encuentras mal y quieres que te cuide o te lleve cualquier cosa, aquí estoy. Sólo tienes que llamarme y voy para tu casa.
Me sorprendió porque para follar todos quieren, pero cuando estas mal, amiga mía, estás más sola que la una, así que lo agradecí un montón por su parte. Pues al final me llevé una sorpresa con este tío y me di cuenta de que, a veces, la primera impresión no es la que cuenta.


Por mucho que los leyera nunca me dejaban de hacer gracia. Cuando los estaba terminando de leer  sonó el teléfono y era ella. En seguida vendría a por mí. Estábamos como locas por vernos de nuevo después de tanto tiempo. Hubo un tiempo en que me preocupaba mucho que fuera tan promiscua. Me daba miedo que le hicieran daño o que en un arranque de locura no se pusiera condón y le contagiasen alguna enfermedad. Pero hacía tiempo que me había quedado claro que Sandra sabía muy bien lo que hacía, así que ¿por qué juzgarla? Simplemente la escuchaba y me reía mucho con sus historias y, aunque siempre pensaba que nunca más me podía sorprender,  ella venía y me sorprendía con alguna historia nueva.
Aproveché para llamar a mi padre. Me sorprendió encontrarle la voz apagada y triste. Quiso disimular cuando se dio cuenta de que era yo pero el tono con el que lo encontré me dejo preocupada. Me preguntó que cuando nos veríamos y le dije que mañana mismo.
-Por favor, que no aparezca con la brasileña pechugona.
 Sería un momento realmente surrealista ¿Y si aparecemos las dos con el mismo modelito de Stradivarius? No quería ni imaginármelo.
Sonó el claxon ¡Sandra ya estaba aquí! Bajé corriendo las escaleras y nos volvimos locas entre abrazos y gritos de alegría. Cuando nos logramos tranquilizar vi que había adelgazado mucho pero seguía tan guapa como siempre.
No me lo podía creer ¡Por fin juntas! De repente, noté que había alguien más. Un tío que estaba como un tren se bajó del coche.  No  sabía quién era y por un momento no entendía lo que estaba pasando, hasta que Sandra con una gran sonrisa dijo:
- Este es Justin, mi novio.
¿Mi novio? ¿En qué momento de la historia se le había olvidado contarme que tenía novio? Todo me pilló muy de sorpresa y me quedé descolocada. Después de casi cuatro años sin vernos ¿no íbamos a poder disfrutar de unas horas a solas para ponernos al día?
Parece ser que para contarme con pelos y señales sus aventuras sexuales no tenía ningún problema, pero a la hora de contarme que tenía un guapo novio con el que iba a venir a recogerme, no había tenido ni un solo momento. Se me tuvo que reflejar algo en la cara porque me preguntó  que si no me importaba que hubiera venido a recogerme con Justin  ¿Y qué pensaba que le iba a contestar delante de él?
Una vez que se me pasó el shock nos fuimos a tomar algo. En la cafetería me empezó a contar que se conocieron en Brasil. Él es hijo de un empresario (bastante adinerado por lo que entendí) y se habían conocido cuando ella daba clases particulares de surf a unos turistas. Llevaban saliendo unos meses y habían decidido venir a pasar el verano a España porque Justin no la conocía.
La verdad que no soy de ese tipo de amigas posesivas a las que les sienta mal que sus amigas se enamoren, pero de Sandra no me lo esperaba. Había imaginado un verano donde estaríamos las dos solas como en los viejos tiempos.
Cuando llegué a casa me puse a pensar en lo cambiada que la había encontrado, no sólo físicamente, sino también en su forma de ser. Me dio la impresión de que había perdido ese lado salvaje. Parecía mucho más…… no sé cómo explicarlo, parecía mucho menos natural, menos espontánea.
Llegué a la conclusión de que seguramente estarían nerviosos por la situación y las presentaciones. Intenté pensar en otra cosa pero no me podía quitar de la cabeza la nueva imagen de Sandra. Era inevitable pensar en el verano tan aburrido que se me venía encima. Deseé con todas mis fuerzas estar de vuelta en Chile. El único nexo que me quedaba con mi anterior vida era Sandra y ahora, por lo visto,  no me quedaba ni eso

viernes, 26 de julio de 2013

¿ PUEDE HABER ALGO PEOR? CAPÍTULO 2.


                                       2

El ser hija única siempre ha sido positivo en muchos aspectos, pero muy negativo en otros. Me he sentido sola muchas veces, aunque siempre me han intentado compensar con cosas materiales. Si me sentía sola me compraban muñecas, si una cena se alargaba hasta las tantas de la madrugada sin tener más niños con los que jugar, me compensaban al día siguiente con muchas horas de juego… con la niñera. Si teníamos la final de atletismo más importante de la temporada, pero mi padre no podía venir porque un torneo de golf municipal se lo impedía, al finalizar y haberme llevado todas las medallas posibles, me llevaban de compras… con la niñera.
Y así crecí entre regalos, ropa y todo tipo de premios de consolación. Pero lo más llamativo de todo es que hasta que no  pasan los años y empiezas a crecer, no eres consciente de lo que pasa.
El segundo de los problemas es que cuando empiezas a crecer y a darte cuenta de las cosas, estás en plena adolescencia y el que tus padres pasen de ti y te compensen con regalos, es lo mejor que puede pasarte. O por lo menos, eso es lo que  piensas en ese momento.
Así  que en un principio crecí dentro de un entorno “normal”, de una urbanización “normal” de las afueras de Madrid (La Moraleja); padres ausentes que compensan a sus familias con bonitos, caros e inútiles regalos; madres neuróticas y frustradas que para compensar el vacío emocional que dejan sus maridos se dedican a mantenerse guapas y jóvenes, con la ingenua esperanza de que sus maridos las vuelvan a mirar alguna vez como las mujeres que fueron y, aunque ellas no lo saben, todavía son, e hijos perdidos que con un poco de suerte toparán con personas normales (seguramente alguna niñera o algunos tíos rollizos de clase media trabajadora) y les enseñaran los verdaderos valores de la vida. Los que no tengan tanta suerte acabarán repitiendo el mismo patrón que sus padres y, en el peor o mejor de los casos, acabarán con una adicción enorme a algún tipo de sustancia psicotrópica muy cara.

Ese fue mi caso. ¡El de las adicciones caras no!, sino el de conocer gente buena que me enseñara los verdaderos valores de la vida. Siempre me pregunto que hubiera sido de mi vida si ese verano no hubiera ido hasta Chile y me hubieran enseñado lo que es una familia basada en unos pilares tan importantes como el cariño, la comunicación, la ternura, la comprensión y el verdadero amor entre unos padres que al mirarse forman una conexión tan única y especial que sientes que estás delante del amor duradero y real.
Mi rollizo tío se llama Simón y su pequeña mujer Adela. Resultó que a mi tío no le atraían tanto las brasileñas pechugonas como a mi querido padre. Su señora era muy menudita, y seguro que de joven había sido bonita, pero ya no conservaba nada de la belleza pasada, lo que si posee es una calidez que pocas bellezas pueden igualar.
Tanto mi tío como  mi padre fueron hombres muy atractivos, pero el paso de los años había hecho de mi tío un hombre regordete y calvo, al igual que hubiera hecho con mi padre si no hubiera invertido miles de euros y  horas en tratamientos de estética, dentistas y entrenadores personales.
Mis tíos llevaban juntos desde la adolescencia y no se habían separado desde entonces. Tuvieron dos hijos, Paula y Cristian. Mi prima licenciada en ingeniería comercial y con  tres idiomas, trabaja en el supermercado del  pueblo porque el país está pasando por una época muy mala. Así que trabaja para ayudar en casa y, mientras se saca su segunda carrera, espera pacientemente y con optimismo a que llegue un trabajo adecuado a su formación.
Más tarde descubrí que esta situación entre los jóvenes del país era bastante común. Lo que más me llamó la atención fue que nunca se quejaban y siempre tenían palabras de ánimo y esperanza. Parecían adaptarse a las circunstancias con una filosofía totalmente nueva para mí. Yo vengo de La Moraleja, donde los niños tienen porsches y se codean con estrellas de cine o del deporte por los restaurants o clubs de la urbanización. Donde la máxima preocupación cuando tenemos 20 años es salir a tal o cual discoteca y el máximo horror que nos salga un grano el fin de semana en que Borja José nos va a llevar a pasear en su lancha nueva. Así que todo este aire nuevo era muy estimulante para mí.
A  mi primo Cristian no lo conocí  hasta unos meses después, ya que vivía en Bolivia por asuntos de trabajo. Pese a su juventud es una persona muy culta e involucrada con la justicia social. Dedica gran parte de su vida a luchar por las injusticias y a ayudar a las personas. Me di cuenta con tristeza de que nunca antes había conocido a nadie así y eso me dio mucho en lo que pensar.
Tan positiva fue la experiencia que me quedé a vivir en Chile. Mis padres metidos en sus propios problemas no pusieron grandes pegas. Es más, hasta diría que les vino bien. Además, mi padre ingresaba una generosa mensualidad a mis tíos por mi estancia allí, lo que hizo que su nivel de vida mejorara un poco y mi prima pudiera dedicarse por completo a su segunda carrera y así poder dejar de lado el trabajo en el supermercado.

Tuvieron que pasar 11 meses para que regresara a Madrid. Había mantenido el contacto con mis amigas de siempre. Me limitaba a enviar algunos emails contándoles mi vida en Chile y ellas se limitaban a contarme los últimos chismes que, aunque me hacían reír mucho, sentía que la mayoría de ellos ya nada tenían que ver conmigo.

Ahora era a Madrid donde iría para veranear. Desde la separación de mis padres no había regresado y, aunque no me apetecía mucho la idea de un verano caluroso en la capital de España, ya no tenía más excusas para no ir.

jueves, 25 de julio de 2013

¿ PUEDE HABER ALGO PEOR? CAPÍTULO 1.

                                                1

¿PUEDE HABER ALGO PEOR que llegar a un aeropuerto y que no haya nadie recibiéndote? Lo único peor que eso es que las personas que van a recibirte sean unos completos desconocidos que te esperan ilusionados y felices con un cartel donde pone tu nombre y apellidos.
Después de pasar un año entero en Oviedo cursando mi primer año de carrera sin ningún gran contratiempo (o eso por lo menos pensaba yo) regresé a mi hogar para encontrarme con que mis queridos padres habían decidido separarse, y que el motivo era nada más y nada menos que una escultural brasileña que me sacaba dos añitos, 20 centímetros de estatura y otros 20 de talla de sujetador. Lo más sorprendente de todo era que mi madre no parecía afectada lo más mínimo. Parecía incluso liberada y con un brillo nuevo en la mirada que no sabía cómo explicar.
De repente, me vi sentada en el sillón de mi casa en medio de mis dos progenitores. Me sentía como si tuviera 11 años:
-          B, queremos que sepas que tus padres te quieren y, tras mucho pensarlo, hemos decidido separarnos………
Lo siguiente que recuerdo con claridad es que estaba haciendo las maletas y metiendo mi precioso culo en un avión con destino Chile.
-          Nos parece buena idea que este verano lo vayas a pasar con tus tíos y primos de Chile.
            - ¡¿Perdón?!
Tengo 20 años y apenas me habían hablado de “mis tíos y primos de Chile”.
Alguna Navidad, papá entre copa y copa, había comentado  vagamente y con muy mala vocalización, que su familia seguía en Chile y que, por circunstancias ajenas a él, le habían traído a España cuando tenía 9 años.  Desde entonces, nunca más había sabido de ellos si no por un par de llamadas de rigor ¡a lo largo de 50 años! Y ahora, de repente, les parecía la mejor idea del mundo mandarme al otro lado del planeta solo porque ellos habían decidido volver a la adolescencia y no querían que yo pudiera verlo. Eso sí, siempre por mi bienestar y estabilidad psicológica.
 Sí, ya sé que tengo 20 años y que podía negarme, pero por desgracia o por fortuna, la niña (o sea yo) seguía dependiendo de la fortuna de “papi” para casi todo. Así que tenía dos opciones: o me iba a Chile con “mis tíos y primos” o me pasaba el verano currando en algún Mc Donald´s viendo como mis amigos salían y se divertían mientras yo trabajaba para ganarme el dinero justo que me costaría la peluquería para poder sacarme la grasa del pelo y el olor a fritanga y, con un poco de suerte, me sobraría algo para invitar a algún pretendiente a una Mc Pollo… tamaño grande, ¡eso sí!
Así que sin casi darme cuenta estaba en un lujoso avión destino Santiago de Chile. No me podía creer que mi señor padre se hubiera liado con una chica que solo me llevaba dos años, además de los 20 cm respectivos de sujetador.
 ¿Qué se supone que debemos hacer? ¿Llevarnos bien e irnos de compras? ¿Pedirle consejos sobre hombres? -Oye Rita que me gusta un chico de mi facultad y no sé cómo llamar su atención, ¿tú qué harías?- Es evidente, ¿no? ¡Aprovechar al máximo esos 20 cm de más que Dios le ha dado! Aunque pensándolo bien, a lo mejor mi padre se ha enamorado de verdad y la chica es un….una…..eeee… ¿ésta?

Nunca se me olvidará la sensación de mirar a escondidas entre las cristaleras del aeropuerto para ver cómo eran las caras de “mis tíos y primos de Chile”.
 Lo que más me sorprendió fue que no había nadie con un cartel donde se leyera claramente mi nombre, ni tampoco nada parecido a unos tíos rollizos y sonrientes.
 Esperé mis maletas y salí. No había nadie. Me senté en un banco, saqué mi CUORE y cuando me disponía a disfrutar viendo un rato celulitis ajena, vi aparecer a un chico alto, moreno, de complexión atlética y sonrisa perfecta de perlas blancas.  Pensé que, a lo mejor, aquello no estaba tan mal como había imaginado  en un principio.
De repente, se acerca hacia mí. Mi corazón se acelera y cuando ya sólo estaba a unos metros, extiende los brazos y sin saber muy bien de donde, una chica igualmente alta, morena, de complexión atlética y sonrisa perfecta de perlas blancas se lanza hacia sus musculosos y bronceados brazos y… de repente… ¡aparecen! Allí estaban mis rollizos y sonrientes tíos chilenos con cartelito incluido. No había duda, eran ellos. Desde allí podía leer claramente Elisabeth Del Prado. Tengo que reconocer que la ilusión que reflejaban sus caras me conmovió.
Por cierto, mi nombre es Elisabeth, pero que yo recuerde nadie me ha llamada así nunca. Desde pequeña todo el mundo me llama “B” y no tengo ni la más remota idea del porqué y, por supuesto, mis padres tampoco.

Una vez que se me pasó la emoción del moreno, lo siguiente que me llamó muchísimo la atención fue el gran parecido que tenía ese hombre con mi padre. Aunque nunca nos hubiéramos visto y nos separaran miles de kilómetros, la realidad no dejaba de ser que eran hermanos de sangre. De eso no había duda.
Era una sensación muy extraña: eran como dos gotas de agua pero  “Made in Chile” en versión regordeta, sin carillas en los dientes, sin horas de personal trainer y sin ese bronceado a lo Julito Iglesias. Y lo más llamativo de todo es que esta versión mucho menos tuneada era muchísimo más agradable para la vista del espectador.
Cuando por fin me pude centrar en la señora, vi alarmada que ésta también me sacaba solamente un par de años.
- ¡Ay Dios mío! A ver si esto va a ser genética familiar y a todos los hombres de esta familia les gustan las jovencitas.
 Por lo menos esta versión de la fémina no tenía la correspondiente 90-60-90 y hasta parecía agradable.
Acto seguido, recuerdo cómo me estaban llamando por mi nombre. Una vez comprobaron que efectivamente era yo, la rechoncha versión de mi padre se lanzó a mis brazos como si me conociera de toda la vida. La alegría que demostraba era tal que me dejó aturdida unos segundos. La señora (amante o lo que fuera aquello) se limitaba a observar la escena con una tímida sonrisa en los labios. Cuando por fin mi tío se contuvo y logró soltarme, me presentó:
-          Esta es tu prima Paula”. ¡Ufffffffff!
 Tengo que reconocer que respiré aliviada. Por lo menos en esta parte del planeta la genética masculina estaba controlada, o por lo menos eso parecía.
Todo había ocurrido muy deprisa. Después de un curso académico con unos resultados bastantes brillantes, decidí volver a mi casa y pasar un verano más. Nunca hubiera imaginado que mis queridos padres se pudieran  plantear la opción de separarse. La verdad que nunca los había visto como una pareja con todas sus consecuencias, simplemente eran Mamá y Papá.  Ahí estaban con sus rutinas: mi padre jubilado hace años, dedicado a su golf, sus viajes, sus comidas de empresa… pero ahora que lo pienso ¿qué comidas de empresa si estaba jubilado? En fin...
Mi madre, por su lado, siempre fue una mujer bella, culta y con carrera, la cual no ejerció nunca por seguir los pasos de mi padre. Siempre había pensado que era feliz con sus clases de Yoga los lunes, miércoles y viernes; y las de Pilates martes, jueves y sábados, sus Gin Tonics en la terraza  y sus “viajes” a la peluquería. Creo que nunca me había parado a pensar en ellos como individuos que sienten. De repente ante la perspectiva de tener unos padres totalmente desconocidos para mí, empecé a sentirme un poco  mareada ¿Quiénes eran mis padres? ¿Me había parado a conocerlos alguna vez? ¿O había sido culpa de ellos que me mantuvieran tan al margen de sus vidas? Fuera por lo que fuera, la realidad era que después de tantos años había terminado conviviendo con completos desconocidos ¿Qué sabia yo de sus miedos, de sus sueños, de sus metas? No sabía nada. Lo único real era que me encontraba en Chile a punto de pasar un verano con personas completamente desconocidas para mí.



miércoles, 24 de julio de 2013

Cómo evitar una relación absorbente



Luego de un tiempo de relación, sientes que no tienes tiempo para ti. Todas las actividades las realizas con tu pareja y han construido una relación basada en la simbiosis. ¿Hace cuanto tiempo que no compartes un momento a solas con tus amigas?, ¿Hace cuanto tiempo que no te dedicas a ti misma? Muchas veces, las relaciones absorbentes, nos conducen al aislamiento, se podría decir que no sé quien soy sin mi pareja. Para que una relación perdure debes poder diferenciar entre aquellas cosas que puedes realizar con tu pareja y las cosas que debes hacer sola. Encuéntrate a ti misma, no pierdas tu identidad y de esta manera podrás tener una relación saludable y prospera.  A continuación, te presentaremos, cómo evitar una relación absorbente.
Instrucciones
Comunicación. En primer lugar, debes hablar con tu pareja acerca de lo que está sucediendo y expresarle la necesidad de empezar a realizar algunas actividades por separado. Es necesario que cada uno tenga un tiempo para sí mismo, esta es una de las claves más importantes para que una relación funcione. Aclárale que no se trata de que tu sentimiento haya cambiado pero que consideras necesario tomar esta decisión.
Actividades. Trata de realizar actividades que no involucren a tu pareja, tales como salir con tus amigas o inscribirte en talleres. Motiva a tu pareja para que haga lo mismo. Esta situación no implica que dejen de hacer cosas juntos, sino de realizar algunas actividades por separado para preservar el espacio de cada uno. Es importante que ambos también disfruten haciendo actividades por separado y se extrañen.
Tareas. De a poco, comienza a dividir algunas tareas que realizan juntos. De esta manera, evitan generar dependencia uno del otro. Por ejemplo, no siempre ir juntos a hacer las compras, sino que alguna vez vayan solos o no siempre ir a las tiendas juntos. Esto no significa que todo lo hagan solos, pero significa que no todo lo hacen juntos.
Extrañar. Cuando la otra persona no está con nosotros solemos extrañarla, y es ese sentimiento el que nos permite confirmar cuanto queremos a la otra persona. Es necesario algunas veces, tener la oportunidad de extrañar a nuestra pareja, pero para eso necesitamos realizar ciertas actividades por separado.
Avanzar. Para poder crecer en una relación es necesario que ambos se coincidan pero que también tengan ciertas diferencias. Si una relación es absorbente, muchas veces, no somos capaces de ver estas diferencias y de poder aprender de ellas. La relación de pareja funciona cuando nos complementamos con el otro y no cuando nos mimetizamos con el otro.
Identidad. Es fundamental no perder nuestra identidad. Nuestra pareja se enamoró de una persona que dada las características de la relación, ya no es la misma. No sientas miedo de que esta nueva forma de afrontar la situación los separe, sino que al contrario los unirá, ya que aprenderán a valorar otras cosas que antes no valoraban.
Puesta a punto. Luego que este cambio de actitud en la relación ya se haya puesto en marcha, habla con tu pareja acerca de cómo se siente y cuales es su opinión respecto del tema. Deben tratar de ser lo más sinceros posibles para poder visualizar cuales son las cosas que aún deben cambiar y cuáles son las cosas que deben dejar como estaban antes. Esta es una decisión de los dos. 



viernes, 12 de julio de 2013

UNA COMETA POR AMOR.

Pues hoy es uno de esos días en los que te queda claro que a veces hay que hacer cosas que sabes que le hacen feliz a tu pareja, y que a ti, más bien, no te apetece demasiado hacer. No señores, no estoy hablando de ninguna técnica sexual innovadora, hablo de apuntarte a un curso de KITE SURF.
A mi chico le gusta mucho este deporte, lo practica desde pequeño y se le da muy bien.



 Esto en principio a mi me parece estupendo y me gusta verlo navegar y volar por los aires desde la orilla ventosa. Pero, a él no solo le gusta eso, él quiere verme navegar a su lado por los mares, cosa que en un principio también suena muy romántico, así que tras tres años insistiendo y yo buscando excusas de todo tipo,  hoy ha llegado el momento de la verdad: empiezo mi curso de KITE SURF.
Como es lógico, no he encontrado a nadie que se anima a hacerlo conmigo, así que  estoy apunto de partir hacia el Medano, para conocer a mi monitor, que me ponga un casco en la cabeza y que empiece a darme instrucciones de como manejar a una cometa gigante sin salir por los aires o cortarle la cabeza a alguien con las cuerdas.
A mi me encanta practicar deportes, pero es que ,este deporte en concreto, no me termina de llamar la atención: el viento, el montaje del equipo, el dinerito que cuesta,en fin......
Pero señores, creo que si a tu pareja le hace feliz algo que tú por lo menos puedes intentar, creo que la mejor alternativa es hacerlo.
Asi que my love, allá voy coja y todo, cargada con mi reflex y mi ibuprofeno para anestesiar el dolor de mi empeine hinchado y dolorido, dispuesta a aprender y así poder navegar los mares contigo!!Qué bonito por dios!!! Eso sí, como no me guste!!!te seguiré viendo desde la orilla, a poder ser, metida en un coche resguardad del viento,ok??jajaajaja...




                                                         DESEADME SUERTE!!!!!